Lectura: Juan 4:5-39  

Se dice que no podemos saber la calidad de un producto hasta que lo probamos, y la mayoría de las veces, cuando descubrimos algo que realmente nos gusta y consideramos de calidad superior, nunca más nos satisfacemos con un producto de menor calidad.

Y eso fue lo que la mujer samaritana descubrió luego de su encuentro con Jesús.  Cuando el Señor le ofreció su “agua viva” (Juan 4:10), equivocadamente ella creyó que se estaba refiriendo a una mejor calidad de agua potable.  Hasta ese momento la mujer estaba muy convencida de que el agua de aquel pozo era lo mejor de aquellos parajes.   Pero todo cambió, cuando realmente comprendió que Jesús estaba hablando de “agua espiritual”, su respuesta a esta “agua viva” fue tan grande que su testimonio condujo a muchos más a encontrar alivio para sus almas sedientas de salvación (Juan 4:39).

Este mundo ofrece muchas aguas que intentan calmar nuestra sed espiritual, tales como la fama, el placer, el éxito, y los logros; pero puedes tratar de multiplicar estas ocasiones por un millón o más, finalmente terminarán siendo menos que nada, comparadas con tan sólo una dosis del agua viva que hoy sigue ofreciendo al sediento nuestro amado Jesús.  

  1. Si aún sigues bebiendo de las fuentes terrenales y todavía tienes sed, acepta el agua viva que te ofrece Jesús y nunca más querrás menos que esa agua en tu vida.
  2. Sólo Jesús, el agua viva, puede satisfacer al alma sedienta.

HG/MD

“Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14).