Lectura: Marcos 9:30-37

Un reportero le consultó a una joven universitaria su opinión acerca de los candidatos presidenciales, luego de un debate en el cual participaron los candidatos.

La joven no se refirió a las posiciones de los candidatos en temas polémicos, ni a su preferencia electoral, tan sólo dijo estas palabras: “Ninguno de ellos parece tener humildad”.

Se cuenta que Benjamin Franklin (1705–1790), uno de los primeros estadistas estadounidenses, hizo una lista de cualidades que deseaba desarrollar en su vida; cuando dominaba una cualidad pasaba a la siguiente, y comentó que le iba bastante bien hasta que llegó a la humildad.  Cada vez que pensaba que estaba progresando en dominarla, se sentía tan bien consigo mismo que terminaba enorgulleciéndose.

La humildad es una de esas cualidades evasivas. Los discípulos de Jesús, muchos de orígenes sencillos, también luchaban contra el orgullo.  Es por ello que cuando Jesús se enteró que estaban discutiendo con respecto a cuál sería el más grande entre ellos, les aconsejó lo siguiente: “Si alguno quiere ser el primero deberá ser el último de todos y el siervo de todos” (Marcos 9:35).  Luego de esto, y para dejar aun más claro el principio, tomó a un niño entre sus brazos y dijo: “El que en mi nombre recibe a alguien como este niño, a mí me recibe; y el que a mí me recibe no me recibe a mí sino al que me envió” (Marcos 9:37).  De esta forma quiso enseñarles que tenían que servir humildemente a los demás, como si estuvieran sirviéndole a Él.

  1. Si alguna persona le pregunta a otra con respecto a tu carácter, ¿qué crees que diría?  ¿Usaría en la descripción la palabra humilde?
  2. Debemos procurar la humildad, más nunca celebrarla.

HG/MD

“Y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre me recibe a mí; y cualquiera que me reciba a mí recibe al que me envió. Porque el que es más pequeño entre todos ustedes, este es el más importante” (Lucas 9:48).