Lectura: 2 Corintios 5:11-21
A mediados del siglo pasado un misionero leyó una pequeña porción a algunas personas de una remota villa en medio del Amazonas; para ellos era la primera vez que escuchaban hablar de Jesús. Cuando el misionero terminó su lectura, uno de los habitantes de aquella villa preguntó: ¿Conoce usted al hombre del que acabas de leer en ese libro? El misionero dijo por supuesto que sí.
Al regresar de su viaje, el misionero le contó aquella experiencia a uno de sus amigos y terminó diciendo: “Gracias a Dios, que yo sí conocía al hombre del libro. Y lo conocía como Señor y Salvador de mi vida, y por ello pude presentárselo a aquellas personas de esa villa, para las cuales era totalmente nuevo oír del amor y perdón que provienen de la obra de amor divina por el hombre pecador”.
El deseo de un creyente por compartir su fe con aquellos que aún no le conocen, es expresado en las siguientes rimas del canto de Mildred L. Dillon:
Me gustaría que conocieras a mi Cristo
Y que lo amaras tanto como yo
Porque si conocieras a mi Cristo
Lo amarías como lo amo yo
Su vida dio en el Calvario
En sacrificio por ti
Si recibes a mi Cristo
Lo amarás mucho, sí.
Cada día pasamos al lado de personas que necesitan tener a Cristo como su Señor y Salvador. Pidámosle al Señor de la mies y de los campos listos para la cosecha, que nos llene del anhelo: “Me gustaría que conocieras a mi Cristo”.
- Este anhelo debe ser natural para todo seguidor de Jesús, debemos sentirnos como instrumentos en las manos de nuestro Dios, utilizados para comunicar el mensaje de salvación a quienes aún no le conocen.
- Si de verdad tienes tu fe puesta en Jesús, valdrá la pena compartirla.
HG/MD
“Porque el amor de Cristo nos impulsa, considerando esto: que uno murió por todos; por consiguiente, todos murieron. Y él murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:14-15)