Lectura: Hechos 17:22-31

Un padre acostumbraba jugar con sus hijos pequeños un juego al que llamaba “Sardinas”.  Consistía en apagar las luces de la casa, el padre se escondía, y el resto de la familia tanteaba en la oscuridad hasta encontrar a su padre; quien lo encontraba se unía a él apretado como sardina en una lata (de ahí su nombre), al igual que el resto de sus hermanos conforme lo iban encontrando; perdía el juego quien encontraba a su padre de último.

En ocasiones, el más pequeño de los hermanos no encontraba a su padre pronto y se empezaba a asustar, entonces el padre se acercaba a él y le decía con suavidad: “Aquí estoy”.  Al pasar esto el niño decía: “Te encontré papá”, al tiempo que se acurrucaba al lado de su papá, sin darse por enterado de que en realidad había sido su padre quien le había permitido encontrarlo.

De una manera muy similar nos sucedió a nosotros, tal como lo indica el apóstol Pablo: “Su propósito era que las naciones buscaran a Dios y, quizá acercándose a tientas, lo encontraran; aunque él no está lejos de ninguno de nosotros” (Hechos 17:27).  La última parte de este pasaje es muy alentadora, pues indica que Dios no es difícil de encontrar en absoluto, Él desea darse a conocer.

En algún momento de nuestras vidas fuimos motivados a buscar a Dios, tanteando en la oscuridad, hasta que Él se acercó a nosotros y con una suave voz nos dijo: “Aquí estoy” – “Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).

  1. El final de tu búsqueda siempre terminará en Dios. Procura hacer Su voluntad cada día tu vida.
  2. Dios no se ha alejado, está tan cerca como ayer y a tu lado hoy.

HG/MD

“Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).