Lectura: Isaías 6:1-8
La mayoría de personas asocia a Dios con algunos de sus más asombrosos atributos desde el punto de vista humano: el amor y la bondad divinos; no obstante, muy pocos piensan en uno de sus atributos menos atractivo: su santidad, ni mucho menos se estremecen por temor a este atributo.
Quizás la razón de esto sea que cuando comprendemos la amplitud de la grandeza de su santidad, somos más conscientes de nuestra maldad, y esto definitivamente nos humilla y nos hace entender ante quien estamos, delante de un Dios santo.
En el evangelio de Lucas podemos ver ilustrado este principio bíblico: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!” (Lucas 5:8), Pedro pronunció estas palabras luego de que fue testigo de un milagro.
Si entendiéramos el esplendor y la santidad de nuestro Dios, actuaríamos de la forma en que Isaías reaccionó cuando comprendió su maldad al encontrarse delante de Él (Isaías 6:5). Esta respuesta de Isaías es la normal y esperada; sin embargo, el objetivo de Dios no es destruirnos con su santidad, su propósito es quitar nuestro pecado (v.7). Nuestro Señor espera que experimentemos su perdón, para que posteriormente podamos disfrutar por completo de nuestra relación con Él.
- Dios nos revela su santidad no para destruirnos sino para exponernos a nuestro pecado, seamos conscientes de ello, y tomemos las acciones a fin de eliminarlo de nuestra vida.
- Dios todo lo ve, y tiene un corazón que todo lo perdona.
HG/MD
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9).