Lectura: Hechos 7:51-8:2

Algunos se equivocan al creer que necesitan estar en cierta posición y tener las condiciones ideales para ser usados por Dios, y muchos otros piensan que sus problemas afectan el plan perfecto de Dios.

El diácono Esteban fue un ejemplo perfecto de ello, ya que cuando Dios lo utilizó de una manera extraordinaria, estaba pasando por uno de los peores momentos de su vida. Había sido acusado falsamente y arrestado a causa de su fe (Hechos 6:8-15).  Luego de haber testificado y acusado a los enojados líderes religiosos de Israel, ellos rechazaron sus palabras y lo sacaron a las afueras de la ciudad para apedrearlo (Hechos 7:1-53).

Quizás las personas que lo conocieron, pensaron que había sido una tragedia lo sucedido a este hombre de Dios, y que su ministerio de servicio y testimonio habían terminado debido a las piedras que le arrancaron la vida.  Pero, ¡no!, su sacrificio como primer mártir de la fe, aún retumba en nuestros oídos, y las verdades que compartió con su pueblo y su último acto en vida de perdonar a aquellos quienes lo odiaron hasta su muerte, es el testimonio más fuerte de este hombre de Dios (Hechos 7:54-60).

Pero, ¿cómo se relaciona el martirio de Esteban con nuestras vidas actuales?  Cuando una persona que aún no ha depositado su confianza en Jesús, nos observa responder ante la presión y el dolor de una situación injusta de una forma controlada, gracias a la relación creciente que tenemos con Dios, es cuando estamos siendo testigos de la obra de Dios en nuestra vida.

Y volviendo al ejemplo de Esteban, su acto de completa entrega y muerte por la causa de Dios, llamó la atención de un hombre llamado Saulo, quien más tarde se convertiría en uno de los más grandes hombres de la fe que haya visto la historia, al seguir al Dios de Esteban (Hechos 9-28).

  1. Puedes probar este enfoque diferente: en lugar de orar para que los problemas se vayan, puedes pedirle a Dios que te use a través de las dificultades de la vida.  ¿Quién sabe? ¿Quizás otro Saulo pueda estar mirándote?
  2. Podemos dar el mejor de los testimonios, en el peor de los momentos.

HG/MD

“Consideren, pues, al que soportó tanta hostilidad de pecadores contra sí mismo, para que no decaiga el ánimo de ustedes ni desmayen” (Hebreos 12:3).