Lectura: Mateo 26:36-46

Son gigantes de 100 metros de altura, algunos han vivido entre nosotros por más de 1000 años, son tan robustos que un auto puede pasar debajo de su sombra, no estamos hablando de seres mitológicos, estamos hablando de la especie “Sequoiadendron giganteum”, mejor conocida como Secoya.

Lo más curioso de estos corpulentos árboles es que sus raíces son muy superficiales, se extienden por todas direcciones buscando captar la mayor cantidad de humedad posible; pero estas raíces tan interesantes, se entrelazan y brindan soporte a otros árboles secoya, lo cual los protege de las tormentas.  Es por esto que generalmente este tipo de árboles crece en grupos; raras veces se puede observar un árbol secoya solo, debido a que cualquier ventisca lograría derrumbarlo.

En nuestra lectura devocional, lo que quería Jesús de Pedro, Santiago y Juan en el Getsemaní, era una actitud de acompañamiento y soporte mientras experimentaba las horas de angustia anteriores a su agonía en el Calvario (Mateo 26:37-38), momento en el que experimentaría toda la ira y el abandono de Su Padre.  Esta fue la horrible copa de la cual pidió ser librado (Mateo 26:39).

En aquella hora sombría, Jesús también recurrió a sus amigos, sus discípulos, sus personas cercanas, para que velasen con Él en oración y le hicieran compañía; sin embargo, lo que se llevó fue una gran decepción al verlos dormir, sin dudas debió haber sentido un gran dolor en su corazón (Mateo 26:45).

Jesús recurrió a sus discípulos, al apoyo humano en la hora más amarga de su vida. Si Jesús lo hizo, cuanto más nosotros los creyentes cuando pasamos por una situación complicada. Debemos estar dispuestos a prestar oído y a ayudar a nuestros hermanos cuando estén sufriendo, así como también, a pedir ayuda cuando seamos nosotros los que necesitemos un hombro sobre el cual llorar.

  1. Estemos alertas para reconocer las oportunidades de prestar apoyo a otros, para entrelazar nuestras raíces con las de nuestros hermanos y hacernos más fuertes juntos, al lado de nuestro Señor.
  2. Las personas que sufren necesitan más que solidaridad, necesitan compañía.

HG/MD

“Entonces les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte. Quédense aquí y velen conmigo” (Mateo 26:38).