Lectura: Juan 4:1-42

Cuando se visitan los senderos naturales de algunos parques, es normal encontrarse con advertencias que dicen: “No olvide tomar agua constantemente”.  Esto ocurre debido a que las personas suelen deshidratarse sin darse cuenta.  El sol y la humedad normalmente alta, especialmente en las montañas, pueden disminuir de inmediato los fluidos corporales.

En la Palabra de Dios, el agua se utiliza con frecuencia como símbolo de Jesús, el agua viva que satisface nuestras necesidades más profundas. Por lo tanto, es sumamente apropiado que una de las conversaciones más memorables del Señor tuviera lugar junto a un pozo de agua (Juan 4:1-42).

La historia da inicio con Jesús pidiéndole de beber agua a una mujer samaritana (v. 7), y rápidamente surge una charla sobre otro tema cuando Él le dice: “…Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed. Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (vv. 13-14).

Como resultado de esta conversación, la mujer y muchas personas de la aldea donde ella vivía creyeron que Jesús era “el Salvador del mundo” (v. 42).

  1. Sin lugar a dudas no podemos vivir sin agua. De igual forma, tampoco podemos vivir de verdad ahora ni en la eternidad sin el agua viva que recibimos al aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador.
  2. Hoy mismo tú también puedes beber de su agua vivificadora.

HG/MD

“Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le hubieras pedido a él y él te habría dado agua viva” (Juan 4:10).