Lectura: Salmo 103:1-10

Era un soleado y caluroso día de verano, la mayoría de personas había decidido quedarse en el resguardo de su casa, pero entonces algo rompió la monotonía del momento, eran gritos de alegría que venían del patio de una de las casas. La razón, un par de niños que se tiraban agua con la manguera del jardín, como una forma de apaciguar aquel terrible calor.

El agua que brotaba de la manguera de jardín, me hizo pensar en las abundantes bendiciones que Dios derrama sobre sus hijos e hijas, y en la importancia de que nosotros seamos capaces de reconocer y agradecer por todo lo que hemos recibido inmerecidamente: “¡Bendito sea el Señor! Día tras día lleva nuestras cargas el Dios de nuestra salvación” (Salmo 68:19).

Sin embargo, a pesar de saber que Dios nos ha provisto con innumerables cosas buenas, cuando algo malo nos ocurre, por ejemplo, una enfermedad nos ataca o las relaciones personales empiezan a complicarse, es muy sencillo perder la perspectiva y empezar a quejarse, dejando de ver las abundantes bendiciones que brotan de Dios, para empezar a ver los charcos de agua cuyo sabor no satisface, y buscamos alternativas que casi siempre no son las más convenientes.

Es por esta razón que en el Salmo 103, David nos recuerda: “Bendice, oh alma mía, al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios” (v.2), entre ellos habernos rescatado de un destino final de perdición, para darnos vida eterna de una manera misericordiosa y llena de gracia (vv.3-5).

  1. En nuestras oraciones hoy, dediquemos el 90% a agradecer y reconocer las abundantes provisiones divinas que inundan nuestra vida.
  2. No olvidemos contar las cascadas de bendiciones que hemos recibido de Dios, empezando por nuestra salvación.

HG/MD

“Bendice, oh alma mía, al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios” (Salmo 103:2).