Lectura: Gálatas 3:26-29

Los prejuicios pueden echar raíces muy tempranas en los corazones humanos. Los niños son inocentes hasta que oyen a los adultos hacer declaraciones infundadas o verlos rehuyendo a las personas con un color de piel diferente, o con una deficiencia física, o con gran o poca altura, o gente que no habla nuestro idioma o que tiene una procedencia o país diferente al nuestro.  Los prejuicios pronto se convierten en malas hierbas bien establecidas con raíces muy profundas.  Y su erradicación no es tan fácil.

Las leyes pueden ayudar a minimizar la discriminación en los países o en los lugares de trabajo. Pero no existe una legislación que elimine los prejuicios del corazón.  Su única cura es que conscientemente le demos un vistazo largo y profundo a lo que Jesús logró cuando murió en la cruz.  Es allí donde podemos recibir sabiduría: “Sin embargo, la sabiduría que proviene del cielo es, ante todo, pura y también ama la paz; siempre es amable y dispuesta a ceder ante los demás. Está llena de compasión y de buenas acciones. No muestra favoritismo y siempre es sincera.” (Santiago 3:17).

Se dice que después de la Guerra Civil, el general Robert E. Lee, un cristiano devoto, visitó una iglesia en Washington, D.C. Durante el servicio, se le vio de rodillas al lado de un hombre negro. Más tarde, cuando alguien le preguntó cómo podía hacer eso, Lee le respondió: “Amigo mío, toda la tierra está nivelada ante los pies de la cruz.”

¿Qué es lo que hace que toda la tierra esté nivelada?  El horror de nuestros pecados, el terrible precio que Jesús pagó para perdonarnos, y el amor que Él tiene para todas las personas. El prejuicio no puede sobrevivir, cuando estamos conscientes que somos tierra nivelada ante la cruz.

1. Todos debemos arrodillarnos ante los pies de la cruz.

2. Para no menospreciar a los demás, mira a la cruz.

NPD/DDH