Lectura: 2 Corintios 5:12-21

Un cuento decía que había un papalote (cometa en algunos países) al que le encantaba volar alto, muy alto.  Nada lo hacía más feliz que quedar atrapado en una fuerte brisa que lo remontaría bien arriba en el cielo, muy por encima de las praderas cubiertas de verde césped y flores.  Le encantaba sentir el viento entre sus cuerdas y ver la panorámica lejana.

Sin embargo, poco a poco el papalote se fue sintiendo insatisfecho.  ¿No sería maravilloso poder volar incluso más alto de lo que le permitía la cuerda?  En lo único que pensaba era en el día en que flotase tan alto que las casas le parecieran pequeños puntitos abajo, y que pudiera rozar las nubes.  Así que halaba y halaba la cuerda con la esperanza de liberarse.

Un día, la cuerda se rompió.  Por un momento, el papalote se sintió muy exaltado, pues se elevó aún más.  Pero entonces, le golpeó una violenta ráfaga de viento, que le  hizo dar volteretas,   perdiendo el control, y al poco tiempo se estrelló contra el suelo.

Desafortunadamente, nosotros somos así a veces.  Queremos ir a lugares y hacer cosas que están moralmente fuera de nuestras fronteras.  Halamos el señorío de Cristo y la verdad de que hemos de vivir para Él (2 Cor.5:15).  Nos decimos que si pudiésemos ser libres seríamos felices.  Pero igual que aquel papalote, tarde o temprano nos estrellaríamos, por seguir nuestro propio camino sin controles.

Jesús murió y resucitó de entre los muertos para darnos verdadera libertad: la libertad de encumbrarnos con seguridad dentro de los límites de Su Palabra y del constreñimiento de Su amor.

  1. Es sólo cuando estamos cimentados en la Palabra de Dios que podemos elevarnos a nuevas alturas.
  1. Para ser realmente libre, debes entregarte a Jesús y ser su siervo.

NPD/DCE