Mártires de la Fe

Demostrando la lealtad al Rey

La legión imponente

Una legión de soldados romanos

Sebaste, Armenia, Imperio Romano Oriental (actual Sivas, Turquía)
Bajo el emperador Licinio, 308-324 d.C.

 

El gobernador romano se paró resueltamente frente a cuarenta soldados de una legión romano. “Os ordeno que presentéis una ofrenda ante los dioses romanos. Si no lo hacéis, perderéis vuestro privilegiada posición militar”.

 

Cada uno de los cuarenta soldados creía fielmente en el Señor Jesucristo. Ellos sabían muy bien que no debían negarlo, ni ofrecer sacrificio a los dioses romanos, a pesar de lo que les pudiese hacer el gobernador romano.

 

Camdidus habló en nombre de la legión. “Para nosotros, no hay nada que sea más querido, o digno de mayor honor que Cristo nuestro Dios.”

 

El gobernador intentó otras tácticas con el fin de que los soldados negasen su fe. Primero les ofreció dinero y honores imperiales. Luego los amenazó con tormentos y torturas.

 

Camdidus respondió: “Nos ofreces dinero que aquí se quedará y gloria que se desvanece. Intentas convertirnos en amigos del emperador, pero enajenamos del verdadero Rey. Lo que deseamos es un regalo: la corona de justicia. Anhelamos recibir gloria: la gloria del reino celestial. Amamos los honores, pero aquellos que ofrece el cielo.

 

Nos amenazas con horrendas torturas y a nuestra piedad la llamas un crimen, pero verás que no somos tímidos, ni nos aferramos a esta vida, ni somos fácilmente afectados por el temor. Por amor a Dios, estamos preparados para soportar cualquier tipo de tortura”.

 

El gobernador estaba furioso, Ahora su deseo era verlos morir lenta y dolorosamente. Los desnudaron y fueron llevados en medio de un lago congelado. El gobernador colocó soldados para que los vigilasen y que les impidieran llegar a la orilla y escapar.

 

Los cuarenta se animaban unos a otros como si estuviesen en una batalla. “¿Cuántos de nuestros compañeros de milicia cayeron en el campo de batalla, demostrando lealtad a un rey terrenal? ¿Será posible que nosotros fracasemos en sacrificar nuestras vidas en fidelidad a nuestro verdadero Rey? Soldados, manténgase firmes sin vacilar, no demos las espaldas al huir del mismo diablo”. Pasaron toda la noche aguantando valientemente su dolor, y regocijándose en la esperanza de estar pronto frente al Señor.

 

Para intensificar el tormento de los cristianos, baños de agua caliente fueron colocados alrededor del lago. El gobernador esperaba por este medio debilitar la firme resolución de los hombres helados. Y les dijo: “Pueden venir a la orilla cuando estén listos para negar su fe”. Al fin uno de ellos si se debilitó, salió del hielo y entro en el cálido baño.

 

Cuando uno de los soldados que estaba en la orilla vio la acción del desertor, él mismo tomó su lugar. Sorprendiendo a todos con lo repentino de su conversión, se desvistió y corrió desnudo para unirse a los demás hombres que también estaban desnudos en el hielo mientras gritaba a viva voz: “Yo también soy cristiano”.

 

Algunos lo llaman “el misterio del martirio” ¿Cómo es que al ver 39 creyentes dispuestos a morir por su fe, un soldado altamente entrenado, y en la flor de la vida, se siente inspirado a unirse a estos en la muerte? Al pensamiento moderno, esto le parece más extraño. Es asombroso ver como Dios obra a través de estas trágicas situaciones para atraer más gente hacia Él.

 

“Los santos que sufren son semillas vivientes” – Charles Spurgeon
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” – Fil. 1:21 (RV60)

Tomado del libro: Locos por Jesús, pág. 91-92