Lectura: Hebreos 12:3-11

Hace algún tiempo una conocida me contó la siguiente historia que ocurrió en sus primeros años escolares.

Ella cursaba el segundo grado de la escuela primaria, y un día la maestra empezó a contarles la historia sobre su visita a un zoológico, al cual por cierto había ido en varias ocasiones. En un momento de la historia, cuando la maestra estaba imitando los sonidos de un animal que a ella no le gustaba, le dijo: “¡Ya cállate!”.

Inmediatamente todos la volvieron a ver y la maestra detuvo su historia, le dijo que se levantara y pidiera disculpas ya que eso no debía hacerse nunca, y menos a una persona mayor que ella; sin embargo, no reconoció su error y permaneció callada.

Así que la maestra al ver que no quería reconocer la conducta incorrecta, le dijo “si no quieres hablar conmigo, vas a ir a hablar con tu mamá”. Su casa estaba a tan sólo una cuadra de la escuela y la maestra conocía muy bien la dirección, así que nunca la perdió de vista mientras caminaba hacia la casa.

Cuando estuvo de frente en casa, pudo ver a su mamá quien estaba preparando el almuerzo, así que tuvo que tomar una decisión estratégica, seguir avanzando donde se encontraba su madre y explicarle la razón por la cual la habían devuelto temprano de la escuela, o dar la vuelta y disculparse con su maestra.

La decisión era obvia, debía regresar a la escuela y disculparse, pero su maestra no sólo le indicó que debía disculparse con ella, sino que también debía hacerlo frente a todos sus compañeros y pedirles disculpas a ellos también por la grosería que había hecho.

Posiblemente este tipo de disciplina ya no se aplique, pero funcionó, ella comenta que, hasta el sol de hoy, mide muy bien las consecuencias de sus palabras.

Al Señor le importa mucho la forma en la cual actúas y te comportas, y en ocasiones Él hace que enfrentes situaciones difíciles para hacerte reaccionar y volver al buen camino, para que con el tiempo produzcas el: “fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:11).

  1. Reconoce cuando te has equivocado, y permite que la mano correctora de Dios reencause tu andar.
  2. No reacciones con insolencia cuando Dios te disciplina, ya que esa es también una forma de mostrarte que te ama y está interesado en que cada día seas una mejor persona.

HG/MD

“Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).