Lectura: Salmos 56:1-13

Mientras estaban de vacaciones en la playa, inesperadamente una familia tuvo un encuentro con la naturaleza.  Al entrar a la habitación del hotel luego de haber disfrutado durante muchas horas en las piscinas y el mar, una de las pequeñas de la familia gritó “¡Papá un mono!”.

Cuando el papá oyó a la pequeña, rápidamente fue a su encuentro, y ahí estaba, alguien había dejado abierta una de las ventanas y el vivaz animalito había entrado a hacer de las suyas.  Al hombre se le aceleró el corazón, tragó saliva, y se dijo unas cuántas palabras de aliento a sí mismo.

Ciertamente no se sabía cual de los dos estaba más asustado, si el mono o el papá; pero luego de hacer un poco de aspaviento el mono salió huyendo de la habitación por donde había entrado.

Sin lugar a dudas el temor es poderoso, y puede superar la lógica del pensamiento y generar una conducta irracional. Gracias a Dios los creyentes no tenemos por qué permitir que el miedo a las personas, las situaciones o incluso, a los monos, gobiernen nuestras acciones.  Más bien podemos decir como el salmista: “El día en que tengo temor yo en ti confío” (Salmo 56:3).

Tener esa posición frente al miedo es una actitud que está en línea con el principio bíblico expresado en Proverbios 3:5: “Confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia”.  Y es que una perspectiva inadecuada puede hacernos sobreestimar el poder del objeto que nos asusta, y subestimar el poder y la grandeza de Dios.

  1. La próxima vez que el miedo aparezca puedes depender de la perspectiva divina (Isaías 40:28) y confiar en que su amor por ti “…echa fuera el temor” (1 Juan 4:18).
  2. Antes de que entres en pánico o te enfrentes a un visitante inesperado, recuerda, Dios es confiable aun en el momento de mayor oscuridad de tu vida.

HG/MD

“En Dios cuya palabra alabo, en el Señor cuya palabra alabo, en Dios he confiado.  No temeré lo que me pueda hacer el hombre.” (Salmos 56:10-11).