Lectura: 1 Tesalonicenses 3:1-13

En una charla para parejas jóvenes, uno de los oradores de la actividad lanzó la siguiente pregunta: “¿Están los padres esforzándose demasiado para hacer felices a sus hijos? ¿Será acaso que el esfuerzo está produciendo el efecto contrario?”

Este fue el inicio de su conferencia la cual trataba de los desafíos que enfrentan las parejas jóvenes. Luego desarrolló el tema de los padres que no permiten que sus hijos experimenten fracasos y tristezas, lo cual les da una perspectiva equivocada del mundo y no los preparan para las duras realidades de la vida adulta. Finalmente, el resultado que se obtiene es futuros adultos que no saben lidiar con los problemas ni la ansiedad.

Esta es una realidad que se replica en muchos creyentes, quienes esperan que el Señor sea una clase de padre sobreprotector, quien no permite que vivan situaciones de dolor y decepción.  Sin embargo, Dios no es esa clase de Padre; en su amor, Él permite que sus hijos atraviesen por situaciones de sufrimiento (Isaías 43:2; 1 Tesalonicenses 3:3).

Cuando sembramos la creencia de que la vida fácil y lo temporal es lo que nos hace verdaderamente felices, tarde o temprano nos damos cuenta de que este es un concepto erróneo.  No obstante, cuando enfrentamos la verdad de que la vida es complicada, podemos convertir esas situaciones difíciles en una búsqueda de aprendizajes y experiencias, que nos harán crecer en nuestra relación con Dios, y nos fortalecerán para enfrentar las situaciones cuando el andar se vuelva complejo.

  1. La meta de Dios es transformarnos, y es por ello que debemos pasar por momentos de alegría pero también de dolor, para avanzar en nuestro camino de fe (Romanos 12:1-2).
  2. Cuanto más conozcamos a Dios, será más probable que estemos realmente satisfechos y dependientes de Él.

HG/MD

“Porque nuestra momentánea y leve tribulación produce para nosotros un eterno peso de gloria más que incomparable” (2 Corintios 4:17).