Curiosidades

PERSONAJES DE LA HISTORIA DE LA NATIVIDAD – UNA PAREJA EXTRAORDINARIA

José el ejemplo de obediencia

José (“que él (Dios) añada”. (Heb.: Yãsaph.) nació en Belén, la ciudad de David y sus descendientes. Sin embargo, cuando comienza la historia evangélica, unos pocos meses antes de la anunciación, José es situado en Nazaret (Lc. 2:4), sin que se pueda averiguar cuándo y por qué abandonó su tierra natal para radicarse en Galilea; algunos suponen que las entonces humildes circunstancias de la familia y la necesidad de ganarse la vida pueden haber motivado la mudanza, que por otra parte se venía dando en muchos de sus compatriotas desde los días de Judas Macabeo.

Se informa que José era un tekton, τέκτων (Mt. 13:55, Mc. 6:3), término que significa tanto «artesano» en general, como «carpintero» en particular; en la cultura judía no había mayor honor que aprender y practicar un oficio (Mt. 1:16–25; 2:13, 19; Lc. 1:27; 2:4–43; 3:23; 4:22; Jn. 1:45; 6:42).

Era un hombre “justo”. Al ver el estado grávido de María sospechó, naturalmente, que le había sido infiel, y decidió repudiarla secretamente sin causar ningún escándalo público (Mt. 1:18, 19). Al revelarle un ángel la verdadera razón, fue obediente a las instrucciones que recibió de Dios en cuanto a su esposa (v. 20) y en la misión de proteger al niño Jesús. Era de la casa y linaje de David, dándose su genealogía en Mt. 1—y quizá también en Lc. 3. La visita a Jerusalén cuando el Señor tenía doce años de edad es el último incidente en el que aparece. Recibe en una ocasión el apelativo de “el carpintero” (Mt. 13:55), como también lo fue el Señor (Mr. 6:3).

Esto es lo último que se dice acerca de José en las Sagradas Escrituras, y bien podemos suponer que el padre adoptivo de Jesús falleció antes del comienzo de la vida pública del Salvador. En varias circunstancias los Evangelios mencionan a la madre y hermanos, adelphoí, ἀδελφοί, de Jesús (Mt. 12:46; Mc. 3:31; Lc. 8:19; Jn. 7:3), pero nunca hablan acerca de su padre en conexión con el resto de la familia; solo nos dicen que Jesús, durante su vida pública, fue conocido como el «hijo de José» (Jn. 1:45; 6:42; Lc. 4:22) «el carpintero» (Mt. 13:55; cf. Mc. 6:3).

María, la sierva del Señor

María o Mariam, derivado del heb. Miryam. No hay acuerdo sobre su significado. Algunos lo hacen derivar del compuesto egipcio-hebreo Myr-yayam, que significa “la amada de Yahvé”.

Los únicos datos auténticos nos provienen de las Sagradas Escrituras. Seis meses después de la concepción de Juan el Bautista, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen llamada María. Ella vivía en Nazaret, una población de Galilea, y estaba prometida con un carpintero, José (Lc. 1:26, 27). Los textos afirman que José descendía de David. No lo dicen de manera explícita de María, pero hay numerosos comentaristas que creen que era de ascendencia davídica. En efecto, le fue anunciado que su hijo recibiría el trono “de David su padre” (Lc. 1:32). Además, en varios pasajes (Ro. 1:3; 2 Ti. 2:8; y cfr. Hch. 2:30) se afirma que Él es, según la carne, del linaje de David. Por otra parte, hay una gran cantidad de exegetas que opinan que en Lc. 3:23–28 se da la genealogía de Cristo a través de su madre, en cuyo caso el padre de María sería Elí. Sea como fuere, el ángel anunció a María que ella era objeto del favor divino, que tendría un hijo al que llamaría Jesús. Siguió afirmando que sería grande y que sería llamado Hijo del Altísimo, y que el Señor Dios le daría el trono de David su padre. Reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin (cfr. Lc. 1:32, 33). María preguntó cómo podría ser tal cosa, por cuanto ella era virgen. El ángel le respondió que ella concebiría por el poder del Espíritu Santo.

María era la prometida de José. El compromiso matrimonial duraba un año, y era tan indisoluble como el matrimonio; sólo se podía romper por la muerte o por el divorcio. Si moría el hombre que estaba prometido con una mujer, ella era viuda a los ojos de la ley. En las leyes de los judíos encontramos a veces la extraña frase «una virgen que es viuda».

La sumisión de María es realmente encantadora. «Yo soy la esclava del SEÑOR —respondió María al ángel sencillamente—. Que haga conmigo como ha dispuesto y tú me has dicho.» Estaba dispuesta a aceptar lo que Dios decidiera. No hizo preguntas, ni puso condiciones; puesto que había sido Dios Quien lo había decidido, a Él le correspondía cuidarse de todos los detalles y resolver todos los problemas. La actitud de María fue la de una mujer creyente y obediente a la voluntad de Dios. Bien la definió su pariente Elisabet cuando le dijo: «¡Bendita seas por haber creído que se cumplirá lo que Dios te ha anunciado!» (Lucas 1:45).

También es ejemplar la sencillez y la humildad con que María recibió el mensaje de Dios que había de transformar radicalmente su vida. No tenemos ni el más mínimo indicio de que se considerara digna de aquel honor, ni de que creyera merecer ningún trato especial de los hombres o de Dios por ser la madre del Mesías. Lejos de recluirse en algún lugar seguro, en el pasaje siguiente la veremos emprender un molesto viaje, sin duda para ir a ayudar a Elisabet en las molestias del embarazo en edad muy avanzada. Aquel extraordinario favor de Dios, la más grande bienaventuranza que podía recibir una mujer, le traería muchas pruebas, como la huida y el destierro, hasta la suprema de ver a su amado hijo en la cruz. Bien se lo anunciaría Simeón: «Y en cuanto a ti, una espada te atravesará el alma…» (Lucas 2:35).

Discípula de Jesús

María, desde la anunciación hasta la resurrección de Jesús no fue apenas una madre, sino en primer lugar aquella que creía, y creyendo acompañó todo el camino a su hijo amado, Jesús, la nueva creación que se formó en su vientre y que se crio con su leche materna. María creó con su cuerpo y con sus pies el camino, reflexionando en su corazón, con su preocupación, con su alegría y dolor… Ella vio la cruz vencida por la resurrección, y fue una de las primeras testigos de que es posible construir una vida cualitativamente diferente, en los espacios que ocupamos y en los cuales nos movemos. No es solo bienaventurada por haber dado a luz la Palabra encarnada, Jesús, sino también, de acuerdo con Hch. 1:14, por “guardar la Palabra”, antes y durante la vida de Jesús, y ahora junto a sus otros hijos e hijas ¡en el seguimiento de su hijo amado!. María es, por tanto, fue también una de las discípulas amadas por Jesús.

Fuentes:

Ventura, S. V. (1985). En Nuevo diccionario biblico ilustrado (pp. 616-617, 729). Editorial CLIE.

González-Agápito, J. (2013). JOSÉ, PADRE DE JESÚS. En A. Ropero Berzosa (Ed.), Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia (2a Edición, p. 1370, 1618). Editorial CLIE.

  Barclay, W. (2006). Comentario Al Nuevo Testamento (p. 294). Editorial CLIE.