Lectura: Filipenses 3:12-21

Existe toda una cultura del senderismo, la cual consiste en dar paseos por senderos especialmente en la montaña, y dentro del tipo de personas que inicia practicando esta rutina deportiva, existen quienes lo llevan al siguiente nivel, que es el alpinismo, siendo el máximo objetivo de todo alpinista, llegar a la cima de la montaña más alta del planeta, el Everest; este sueño ha matado a algunos en su deseo por alcanzar esa meta.

Dentro de estos soñadores se encuentra Jon Krakauer, montañista, periodista y escritor de libros sobre este tema, y quien luego de alcanzar la cima del Everest dijo lo siguiente: “De una cierta manera vaga y distante, entendía que la extensión de tierra bajo mis pies era una vista espectacular.  Durante muchos meses había estado fantaseando con este momento y con toda la descarga de emociones que lo acompañan.  Pero en el momento que finalmente estaba allí, de pie en la cumbre del monte Everest, simplemente no podía reunir suficiente energía como para que aquello me importara”.

Lo que este hombre sintió refleja exactamente un principio que debemos entender en la vida, las metas temporales, aunque emocionantes, nunca pueden satisfacer completamente, siempre nos enfrentaremos a la pregunta: “¿Y ahora qué…?”.

El apóstol Pablo, sabedor de esta realidad, les aconsejó a los creyentes de la ciudad de Filipos lo siguiente: “prosigo a la meta hacia el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14).  Esa es la meta: “para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús” (v.12).  Y Él “transformará nuestro cuerpo de humillación para que tenga la misma forma de su cuerpo de gloria” (v.21).

Las metas espirituales ofrecerán siempre el mejor de los incentivos, inspirándonos a llegar siempre más allá y ser más como Jesús, haciendo que cada paso hacia arriba, se convierta en una satisfacción para el alma.

  1. ¿Con cuántas ganas estamos esforzándonos para alcanzar nuestras metas espirituales? Ser personas más acordes con la voluntad de Dios, compartir con nuestras familias, crecer en nuestra relación con Dios, hacerles llegar las buenas nuevas a quienes las necesitan escuchar, entre otras muchas.
  2. No permitamos que las metas temporales nublen nuestra vista y nos impidan alcanzar las metas espirituales.

HG/MD

“Más bien, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18).