Lectura: Isaías 40:1-8

Mientras paseábamos juntos por el bosque, le enseñe a mi pequeña nieta algo sobre las plantas. Aunque para la mayoría apenas es imperceptible, en aquella época del año, el suelo del bosque estaba pintado de un rosa pálido con miles de florecitas diminutas. “Estas son: claytonias”, le dije. Luego proseguí mostrándole otras flores, mencionándolas por sus nombres botánicos y comunes.

Después de que le hice notar aquellas flores silvestres, las veía dondequiera. ¡Qué belleza tan delicada daban al paisaje! ¡Y qué momento más inolvidable en la vida de un abuelo y su nieta el compartir aquel momento lleno de color!

“Si volvemos en una semana”, le dije, “estas flores ya no estarán. Son hermosas, pero duran poco. Tendremos que esperar hasta el próximo año para verlas de nuevo.” Me dijo que ya sabía eso, pues había estudiado las estaciones del año en la escuela.

Lo que ella no sabía era lo que las flores silvestres nos enseñan sobre la Biblia. Las flores duran unos cuantos días y se marchitan, nos dice Isaías, pero la Palabra de Dios permanece para siempre (Isaías 40:8).

La Palabra de Dios nunca se marchita, ni se seca, ni se disipa. Sus tesoros están ahí para que los apreciemos cada día.

  1. ¿Has dado un paseo por la Palabra de Dios últimamente? ¿Observaste la belleza y majestad que hay en ella?
  2. La Biblia: Una verdad eterna y una belleza que nunca pasa.

NPD/DCE