Lectura: Génesis 15:1-6

Se cuenta que en una de sus tantas visitas mientras ostentaba el cargo en la monarquía inglesa, el príncipe Alberto de Inglaterra fue al laboratorio del prestigioso científico Lyon Playfair (1935-2018), quien quiso impresionarlo con un experimento.

Mientras se acercaban a una caldera que contenía plomo hirviendo, Playfair le preguntó: “¿Tiene su alteza alguna fe en la ciencia?”. El príncipe le contestó: “¡Por supuesto!”.  Entonces Playfair le tomó su mano, la empapó con un líquido especial y después le dijo que la introdujera en la caldera, sacara un poco del metal caliente y lo depositara en un recipiente especial; el príncipe le tomó la palabra al científico y efectivamente no sufrió ningún daño.

Si este hombre tan importante pudo depositar su fe en un científico, ¡cuánto más podemos nosotros los creyentes depositar nuestra confianza en la Palabra de Dios!

Un ejemplo de esto fue Abraham, quien confío en la promesa de Dios de que a través suyo surgiría una gran nación, aun contra el razonamiento lógico, pues Abraham y su esposa Sara eran ya muy ancianos (Génesis 15:5-6; Hebreos 11:8-12).  Él nos dio un ejemplo que cada uno de nosotros debe seguir, tal como lo describe el apóstol Pablo: “Pero no dudó de la promesa de Dios por falta de fe. Al contrario, fue fortalecido en su fe dando gloria a Dios” (Romanos 4:20).

  1. No siempre es sabio confiar en la “seguridad” que nos dan los seres humanos; sin embargo, en lo que definitivamente podemos poner nuestra confianza es en las enseñanzas, promesas y advertencias realizadas por Dios, de quien verdaderamente debemos depender.
  2. Las promesas de Dios son seguras; depositemos nuestra fe en Él, sólo así experimentaremos la paz verdadera.

HG/MD

“Mejor es refugiarse en el Señor que confiar en el hombre” (Salmos 118:8).