Lectura: Mateo 23:1-15

La siguiente es una historia irónica sobre un buen samaritano que terminó siendo malo.  Esto aconteció cuando un hombre observó a una mujer que quería saltar desde un puente a un río seco; de inmediato el hombre comenzó a forcejear con la mujer para evitar que cometiera una locura, ella se desmayó y con ello él logró salvarle la vida.  Desgraciadamente la historia no termina ahí, ese mismo hombre que salvó la vida de aquella deprimida mujer, aprovechó que ella se encontraba inconsciente para robarle su cartera; sin embargo, no contó con que un policía que había sido alertado para atender la situación, lo capturara infraganti.

Esta terrible conducta es semejante a la forma como se comportaban los fariseos.  Al inicio ellos también parecían estar dispuestos a ir al rescate de las personas (Mateo 23:15), se identificaban a sí mismos como hombres de oración, “campeones” de la fe y guías de los menos capacitados.  Pero al final, las intenciones de su corazón revelaron que en realidad eran ladrones e hipócritas, y llevaban al error a quienes habían confiado en ellos.

Podemos creer que nosotros somos mucho mejores que esos fariseos, sin embargo, corremos el riesgo de caer en sus mismos errores al acercarnos a las personas con un deseo honesto de ayudarlos, pero con el único afán de que los demás reconozcan nuestras buenas acciones y digan cuan buenos somos.

  1. Señor, ayúdame a no ser como los fariseos de los tiempos de Jesús. Crea en mí un corazón auténtico y amoroso como el de Jesús, para no caer ante el egoísmo; que mis buenas acciones para con otros reflejen tu amor en mi ser.
  2. Una buena motivación se puede convertir en una mala causa del egoísmo.

HG/MD

“Para que aprueben lo mejor, a fin de que sean sinceros e irreprensibles en el día de Cristo” (Filipenses 1:10).