Lectura: Salmos 119:137-144

Debo confesarlo, soy un Bibliófilo, antes de que piensen algo malo de mí, les tengo que aclarar que no se trata de una enfermedad extraña, simplemente se trata de una persona que ama los libros; y quienes somos amantes de los libros, generalmente también somos adictos a la lectura.

No obstante, ser un bibliófilo no es bueno, si eso es lo único que nos gusta. Agustín (354-430), el famoso teólogo, nos contó en sus memorias que denominó: “Confesiones”, que él era amante de los libros, y al mismo tiempo admite que eso no lo benefició en lo más mínimo.

Luego agregó: “¿De qué me servía, en una época en la que era un vil esclavo de los malos deseos, leer y entender por mí mismo cada libro que podía conseguir?  Disfrutaba estos libros y no conocía la fuente de nada de lo que ellos contenían, fuese verdad y no, porque estaba a espaldas de la luz, y mi rostro estaba frente a las cosas sobre las cuales brillaba la luz:  por tanto, los ojos de mi cara veían cosas bajo la luz, pero en mi rostro no había luz”. No fue hasta que Agustín abrió su mente al mensaje de la Biblia, que la luz verdadera inundó su alma.

Actualmente, estamos inundados de libros que fluyen de todas partes debido a que se ha facilitado publicar libros, gracias a las redes sociales y a la autopublicación en grandes tiendas en línea.  Pueden ser entretenidos, divertidos, intrigantes, informativos y muy valiosos, pero si no leemos el libro de libros, la Biblia, de nada nos valdrá haber leído un millón de libros, ya que sólo en ella encontraremos la verdad.

  1. No seas sólo un amante de libros, ¡debes amar la Palabra de Dios!  Pasa tiempo con ella, no importa cuántas veces la leas, siempre encontrarás algo nuevo y reconfortante para tu vida.
  2. Si lees la Biblia, se pueden abrir tus ojos al mayor de los tesoros: la vida eterna.

HG/MD

“Sumamente pura es Tu palabra; tu siervo la ama” (Salmos 119:140).