Lectura: Lucas 19:41-44.

Me contaron esta simpática historia hace ya algunos años. Una singular pareja de novios que se llevaba muy bien, tuvo un serio enojo y ella decidió romper con la relación. Descorazonado el hombre no sabía qué hacer: le llevaba flores, le compraba dulces, y le escribía una carta de amor y disculpas cada semana, esto se extendió, primero por semanas, luego por meses y más tarde por años.

Pasaron tres años desde su ruptura y un día de tantos, este hombre se armó de coraje y se dirigió hasta la puerta de su amada; después de entregarle un hermoso ramo de flores le pidió disculpas nuevamente, le dijo cuanto la amaba y de inmediato le pidió que se casara con él. Para su alegría la quisquillosa mujer le dio el sí, y ese mismo año, seis meses después, se casaron y hoy viven felices.

El Señor también es un amante persistente.  Siglo tras siglo sus profetas fueron en busca de su amado pero obstinado pueblo de Israel; como broche final de esa búsqueda, envió a su propio Hijo. En el pasaje que leímos hoy en Lucas 19, se nos cuenta que al mirar desde cierta distancia la ciudad de Jerusalén, el Señor lloró por la dureza del corazón de sus habitantes.

Aun así Jesús no se arrepintió ni desistió de su misión, sino más bien llegó hasta el grado de humillarse a sí mismo, haciéndose siervo de quienes debían ser sus siervos, y ofreciendo su propia vida por aquellos que lo humillaban, rechazaban y que merecían el castigo que Él sufrió. (Fil.2:1-11).

  1. Hoy el Señor sigue ofreciendo su perdón y reconciliación a quien lo desee, se arrepienta de su mal camino y decida seguirlo. No pierdas más el tiempo tratando de ignorar tu necesidad de salvación, Jesús quiere darte vida eterna.
  2. Dios siempre toca la puerta lo suficientemente fuerte para que el alma que quiera escucharlo lo haga.

HG/MD

“Haya en ustedes esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!”  (Filipenses 2:5-8).