Lectura: Salmos 93:1-5

En el sudeste de Canadá el río Saguenay fluye en un momento de su transitar entre dos peñascos, que miden cada uno aproximadamente unos 530 metros de altura. Cuando los antiguos pioneros los observaron por primera vez, se quedaron sorprendidos al ver su magnitud y les llamaron: Trinidad y Eternidad.

Yendo más allá de esta historia, estas dos palabras involucran grandes verdades expresadas en principios que residen en los corazones de cada uno de los creyentes, y que hacen que se maravillen con respecto a nuestro gran Dios al citarlos.

La Biblia nos habla sobre la eternidad de Dios, al referirse a Su existencia no afectada por los límites del tiempo (Salmos 93:2); y también nos habla de Su naturaleza trinitaria: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, los cuales manifiestan la plenitud del Dios único (Mateo 28:19).

Ambas afirmaciones son sin duda humanamente difíciles de entender.  Si tratamos de comprenderlas, muchas veces nos viene a la mente la misma pregunta del amigo de Job: “¿Alcanzarás tú las cosas profundas de Dios? ¿Alcanzarás el propósito del Todopoderoso?” (Job 11:7).  La respuesta es simple y obvia: No completamente.  Cuando intentamos contemplar al Dios Trino, nos sentimos como si estuviéramos tratando de observar directamente al sol de mediodía para tratar de estudiarlo.

La fe cristiana tiene en si misma misterios, debido a que nuestra fe está depositada en un Dios eterno y trinitario.  Tenemos un Padre que nos ama, al Salvador que murió por nosotros, y al Espíritu Santo que nos ayuda cada día en nuestro caminar de fe.

1. Los misterios divinos, nos deben dar razones suficientes para postrarnos y adorar a nuestro eterno Dios.

2.    Es imposible entender a Dios completamente, pero adorarlo es algo por lo que puedes empezar.

HG/MD

“¡El Señor reina! Se ha vestido de magnificencia. El Señor se ha vestido de poder y se ha ceñido. También afirmó el mundo, y no se moverá. Firme es tu trono desde la antigüedad; tú eres desde la eternidad” (Salmos 93:1-2).