Lectura: Santiago 2:1-13

En mis tiempos de adolescencia, cerca de nuestra casa había un cementerio, y de vez en cuando iba junto con unos amigos a caminar entre las tumbas, nos entreteníamos leyendo los epitafios y fechas que había sobre muchas de las tumbas. 

El cementerio estaba dividido en sectores; en una parte central se encontraban las criptas de las familias con más dinero, estas eran pequeños palacios con hermosas decoraciones y detalles en finos mármoles, que resaltaban los apellidos de las familias con más dinero del pueblo; mientras tanto, a los lados estaban las lápidas más humildes, algunos de ellos con adornos sencillos y otros con cruces ya deterioradas por el tiempo.

Años más tarde, mientras estudiaba, me llamó la atención un cementerio en Alemania llamado: “Acre de Dios”.  Fue una donación de un noble que vivió en el siglo 18, quien invirtió buena parte de su dinero en la expansión del evangelio; uno de sus donativos fue el cementerio, en este lugar todos eran enterrados en una lápida muy simple y blanca, sin importar si eran pobres o ricos, estudiosos o simples labriegos.  Con esto quiso enseñar que todos los creyentes en Cristo son espiritualmente iguales frente a Dios. Se tomaba muy en serio lo indicado por Santiago 2:1 “Hermanos míos, tengan la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo sin hacer distinción de personas”.

  1. Amado Jesús, ayúdanos a tratar a todas las personas respetuosamente.
  2. Al pie de la cruz todos quedamos al mismo nivel.

HG/MD

“Hermanos míos, tengan la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo sin hacer distinción de personas”. (Santiago 2:1).