Lectura: Salmos 121:1-8

Era una fría mañana de invierno, pero eso no había impedido que los niños realizaran su acostumbrado entrenamiento y posterior partido contra un equipo de otra localidad.  Iban perdiendo estrepitosamente, los niños corrían desesperadamente tras la pelota, pese a ello ese día no había caído ningún gol a favor pero si muchos en contra.

Aun así los padres animaban con todas sus ganas a los pequeños, lo que menos les importaba era el resultado, habían decidido acompañar a sus hijos a pesar del clima, del duro cemento de la gradería, y de que pudieron haber dormido ese día hasta tarde aprovechando la fría lluvia que los acompañó todo el día.  Y ¿por qué estaban dispuestos a hacer eso?  Tan sólo por una simple pero poderosa razón: el amor.  Perdieran o ganaran era lo menos importante, se trataba de sus hijos y todo lo que hicieran era importante, tenían sus ojos puestos en ellos.

Al pensar en esta historia, podemos empezar a entender aunque sea un poco el significado del amor de Dios por nosotros.  Dios ama a cada uno de sus hijos e hijas, muchas veces más de lo que nosotros podamos amar a nuestros pequeñines; mucho más que aquellos padres en aquel día frío que no se perdieron ni un segundo del juego de sus hijos y quienes tenían sus ojos puestos en ellos.  Dios tiene aún más cuidado de nosotros del que podamos imaginar, nos ama y nos anima cuando estamos en medio de las peores batallas de nuestras vidas.  Está siempre presente y le importamos aunque tenga a millones de hijos e hijas que observar, su mirada no se desvía de nosotros (1 Pedro 3:12).

  1. No olvides que a pesar de las circunstancias de la vida, aunque sintamos que todos están en nuestra contra o que estamos perdiendo estrepitosamente, Dios te está mirando y acompañando. Lo que tienes que hacer también es empezar a verlo a Él: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que tenía delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).
  2. Mantén tu mirada en Dios, Él nunca la quita de ti.

HG/MD

“Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos están atentos a sus oraciones. Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 Pedro 3:12).