Lectura: Hechos 15:36-41; 2 Timoteo 4:11

Un amigo tiene una hija que recibe clases de gimnasia, y un día me contó parte de la rutina de ejercicios que realiza su hija. Uno de los ejercicios es saltar sobre un trampolín, dar una vuelta completa y caer de pie sobre una colchoneta.  En su primer intento, la niña no pudo dar la vuelta y cayó sobre uno de sus costados.  Por un momento se quedó sentada y luego empezó a llorar.

Por supuesto, como buen padre, mi amigo salió corriendo para ver si todo estaba bien y luego de ver que no había ningún problema la animó para que volviera a intentarlo.  Así que la próxima vez corrió a su lado animándola, y esta vez si pudo dar la vuelta requerida.  La niña necesitaba un poco de ánimo y apoyo para poder conseguir su objetivo.

En el momento que el apóstol Pablo realizó su primer viaje misionero, parece que el joven Juan Marcos tuvo un problema y las cosas se complicaron tanto que decidió abandonar a Pablo.

Cuando su tío Bernabé trató de que el apóstol Pablo lo reclutara para su segundo viaje, surgió un problema, mientras que Bernabé quería darle una segunda oportunidad, el apóstol consideró que aún no estaba preparado para emprender este tipo de viajes, así que finalmente estos dos hombres de Dios se separaron, y Bernabé optó por llevarse a Marcos con él a un viaje (Hechos 15:36-39).

La Palabra de Dios no nos comenta nada acerca de la reacción de Juan Marcos, al ser ayudado por Bernabé.  No obstante, todo parece indicar que Juan Marcos aprendió la lección, ya que años más tarde el mismo apóstol Pablo indica que: “me es útil para el ministerio” (2 Timoteo 4:11).

  1. Cuando veamos que un creyente lucha contra un aparente fracaso, debemos ayudarlo a levantarse, animarlo a continuar en la fe y a aprender de sus errores.
  2. ¿Puedes pensar en alguien que necesite que lo ayudes a sortear un obstáculo?  No lo dudes, puedes ser la motivación que esa persona necesita en su camino de fe.

HG/MD

“Mejor dos que uno solo, pues tienen mejor recompensa por su trabajo. Porque si caen, el uno levantará a su compañero. Pero, ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante!” (Eclesiastés 4:9-10).