Un perspicaz erudito de nombre A. J. Heschel cuenta una historia de sus días como estudiante en Berlín. Aunque era un hombre devoto, se llegó a preocupar tanto por las artes en aquella deslumbrante cultura que un día no oró al atardecer, como había sido su costumbre sin fallar. Él admite, “el sol se había puesto, la noche había llegado… me había olvidado de Dios”.

Puede que la omisión de Heschel nos parezca de menor cuantía, pero su celo muestra que él entiende la importancia de cultivar la vida espiritual.

Jesús contó la historia de un sembrador, una semilla, y cuatro tipos de terreno (Mt. 13:1-9). El terreno entre espinas representaba a aquellos que permiten que la Palabra de Dios que está en sus corazones sea asfixiada por las preocupaciones y los placeres del mundo seductor (vv. 7, 22).

Esa es una posibilidad peligrosa para cualquiera que responde de manera descuidada a la Palabra de Dios. Puede que el mundo nos influencie para que tengamos una mala memoria en cuanto a la realidad y la responsabilidad espirituales.

  1. ¿Permitimos que las atracciones de este mundo nos impidan leer la Palabra de Dios y meditar en ella? En oración, esforcémonos por ser como aquel que “oye la palabra y la entiende, éste sí da fruto y produce” (v.23).
  2. Cuando el sol se ponga esta noche, que no se diga que hemos olvidado a Dios.

NPD/VCG