Lectura: 1 Pedro 4:7-19
Una mujer pudo haber sentido que sus mejores días habían quedado atrás; la agobiaba un cáncer cerebral que ya se había extendido a su espina dorsal, lo cual le había ocasionado una parálisis en la mayoría de sus miembros.
Tenían que alimentarla por medio de sonda y necesitaba un respirador que la mantenía con vida, el único movimiento voluntario era el que hacía con sus ojos y su boca. Sin duda la mujer no podía hacer muchas cosas, pero se negó a darse por vencida y dar cabida al odio y la amargura, o quejarse por su condición.
Su esposo dijo que se había convertido en una guerrera de oración y en un ejemplo de esperanza para muchas personas. Durante sus múltiples internamientos en el hospital, testificaba a los empleados motivándoles a seguir a Jesús como su Salvador.
Cuando finalmente murió, lo que dejó detrás de si no fueron recuerdos de sufrimiento, sino los de una mujer que se negó a darse por vencida, de alguien quien vivió con gozo, reconoció su enfermedad como parte normal de la vida, aceptó la perfecta voluntad de Dios y dedicó gran parte de la etapa final de su vida a servir a otros (1 Pedro 4:19). Su legado consistió en mostrarles a los demás, lo que se puede lograr por medio de una vida de oración y servicio a sus semejantes.
- Es cierto que todos tenemos limitaciones, y que si nos centramos en ellas nos sentiremos frustrados; sin embargo, si nos centramos en Dios, descubriremos verdadera satisfacción. Aunque sin duda demande mucho de nosotros, el impacto será eterno.
- Lograríamos más, si nos centráramos en las habilidades dadas por Dios, y no en la depresión causada por nuestras limitaciones.
HG/MD
“Por eso, los que sufren según la voluntad de Dios, que encomienden su vida al fiel Creador haciendo el bien” (1 Pedro 4:19).