Lectura: Salmos 119:1-8

Todos los que hemos conducido vehículos, nos hemos enfrentado al siguiente principio: “Si un conductor no respeta las señales de tránsito, le sucederá un accidente en cualquier momento”.  Quien no se detiene ante una señal en rojo, o se detiene abruptamente cuando la luz está en verde, representa un peligro para sí y para todos los que conducen a su lado.

Aunque nos parezca molesto encontrarnos muchas luces rojas en nuestro camino, y más cuando tenemos prisa, un accidente puede traer más dolor que una simple amonestación por llegar tarde.

Para mí fue motivo de alegría, cuando finalmente colocaron una señal de tránsito en uno de los cruces vehiculares más peligros del lugar donde vivo.  Esto convirtió el desorden y el caos en una espera controlada; la lucha del más fuerte fue aquietada por el predecible semáforo.  Aunque implica esperar de vez en cuando, los beneficios en la reducción de accidentes y del nivel de estrés valieron la pena.

Las escrituras también hacen referencia a algunas “señales de advertencia” que deben controlar nuestras vidas como creyentes.  Existen claras prohibiciones contra la envidia, el orgullo, la irreverencia, la lujuria y el egoísmo.  El Espíritu Santo nos alerta a que estemos atentos ante la presencia de estos pecados, y que de inmediato procedamos a frenarlos ejerciendo el autocontrol que Él nos da.  Asimismo, a medida que entremos en el tráfico pesado de la vida, nos encontraremos con luces en verde; en esos momentos Dios espera que respondamos de acuerdo con cada situación según se requiera, por ejemplo: amabilidad, humildad, amor, adoración y pureza.

  1. Las señales de alto y las luces verdes de Dios, están diseñadas para ayudarnos en nuestro andar en la fe. Debemos tener el mismo temor y respeto, tanto por las advertencias para detenernos, como por las oportunidades que Dios nos da para actuar.
  2. Las señales de advertencia de las Escrituras están ahí para protegernos, corregirnos y dirigirnos.

HG/MD

“¡Ojalá fuesen estables mis caminos para guardar tus leyes!” (Salmos 119:5).