Lectura: Apocalipsis 3:14-21

Los seres humanos tenemos la tendencia natural de querer mantener el control a toda costa, nos incomoda enormemente cuando algo está fuera del alcance de nuestras manos y dependemos de otros para lograr algún objetivo; esa también es la razón por la cual muchas personas no se rinden plenamente a Jesús, ya que esto implica renunciar al “control” y eso no les gusta.

Este fue el caso de la iglesia en Laodicea; esta era una ciudad próspera debido a su afamado colirio para los ojos, no obstante, tenía un problema con el agua que la alimentaba, la cual provenía de fuentes termales con grandes depósitos de cal; además de eso, el agua debía viajar unos 10 kilómetros por acueductos y al llegar a su destino llegaba tibia, no era ni caliente como para lavar, ni tan fría como para quitar la sed.  Por esta razón, cuando leyeron las palabras de Juan, entendieron perfectamente a qué se refería la tibieza de la que los estaban acusando: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, porque eres tibio, y no frío ni caliente, estoy por vomitarte de mi boca” (Apocalipsis 3:15-16).

Juan quería que las personas en Laodisea cambiaran su manera de ser porque los amaba y sabía que lo que necesitaban era un llamado de atención fuerte para que entendieran el error en el cual habían caído, por eso les escribió: “Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:19-20).

  1. Ser calificado como tibio nunca es algo halagador, Dios quiere que le entregues todas las áreas de tu vida y muestres a otros quién eres en Jesús y lo que estás dispuesto a hacer por Él en este mundo.
  2. El compromiso con Dios demandará cederle el control de tu vida, y aunque suena un poco temerario y hasta aterrador en algunos casos, es algo que valdrá siempre la pena, ya que es parte práctica de la fe que tienes en Jesús.

HG/MD

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).