Lectura: Salmos 116:1-14

El email. Cuando hago clic en “Enviar” confió en que mi equipo traduzca de alguna forma mi mensaje en letras,  lo desintegre en bits para que pueda viajar a lo largo de la red de redes en el ciberespacio y lo integre en el lugar de destino, sin embargo siempre tengo esta preocupación, “¿Mi email realmente llegará a su destino? ¿Habrá alguien allí para recibirlo? ¿Voy a recibir una respuesta?”
Puede ser que hayas tenido esas mismas preguntas en otro ámbito de la comunicación: en la oración.  Pero existen algunas diferencias importantes.

Para que mi email llegue a su destino, mi equipo y mis programas deben funcionar correctamente. No obstante en la oración, se habla directamente con Dios, no existe ninguna posibilidad de un fallo técnico.  Si no he obstruido las líneas de comunicación con el pecado, mis oraciones siempre serán escuchadas (Salmo 66:18; 3:4). Cuando reconozco mis errores, Dios siempre estará ahí esperando para perdonarme (1 Jn. 1:9).

Con el correo electrónico, mi mensaje podría quedarse durante días sin que nadie lo lea. Pero no es así con la oración. Dios está siempre allí (Salmo 6:9). Y aunque puede que nunca obtengamos una respuesta a algunos de los mensajes de correo electrónico.  Dios siempre estará atento a nuestra comunicación (Salmos 86:7; 91:15), con la posibilidad que la respuesta a nuestra petición sea denegada, concedida o puesta en compás de espera.

Así que no te preocupes tanto si no estás seguro de que tus correos electrónicos lleguen a su destino, eso es parte del mundo en que vivimos, siempre existe la posibilidad comunicarte de alguna otra forma.  La oración es indescriptiblemente mejor.  Es nuestra línea directa de comunicación íntima con el Creador.

1. ¿Por qué no siempre conseguimos lo que pedimos? (Santiago 4:3; Mt 06:10; Lc. 18:1-8; 22:42). ¿Cómo podemos aprender a estar felices con un “no” o con un “espera”? (2. Corintios 12:7-10).

2. Nunca obtendrás la señal de ocupado en la línea de oración al cielo.

NPD/DB