Lectura: Jeremías 8:4-7

Era una fría mañana de invierno, cuando mi vecino oyó unos rasguidos en su puerta y luego un largo maullido. Cuando abrió la puerta, entró un gato macho grande con pelo largo, miró a su alrededor, empezó a ronronear y saltó sobre uno de los sillones de la sala, como si siempre hubiera vivido allí.

Cuando su hijo bajó del cuarto para ver a aquel animal, se quedó sorprendido, no podía creer lo que estaba mirando, y le dijo a su papá: “¡No lo puedo creer!  ¡Es Simba!”  Había perdido a su mascota desde hacía ya unos 5 años durante un paseo en las montañas.  Para confirmar la identificación del gato, compararon unas fotos de una gran mancha que tenía en su patita y efectivamente se trataba de Simba.  Había regresado después de estar muchos años perdido, en quien sabe dónde.

Este tipo de historias se repite a menudo, y nos hace sorprendernos de los instintos de supervivencia que Dios les ha dado a los animales.  Si trasladamos ese principio a la vida espiritual, los seres humanos normalmente actuamos totalmente al contrario que los animales; por ejemplo, muchas personas que se han alejado de Dios, parece que quieren cualquier cosa menos regresar al hogar.  ¿Por qué en nuestra rebeldía, demostramos menos sentido común que los animales?  Hemos sido creados por un Dios amoroso, quien nos ha dado todas las razones para querer volver a casa.  Sólo en Su presencia hay gozo, esperanza, protección duradera y amor. 

Lejos del hogar, posiblemente hay placeres; el problema de esto es que son temporales y finalmente producen pérdida y desesperación eternas.

En nuestra lectura devocional el profeta Jeremías nos recordó que hasta los pájaros viven conforme a los tiempos, lugares y maneras que el Señor ha provisto para ellos (Jeremías 8:7). Sólo el hombre sin Dios parece estar decidido a correr hacia su propia autodestrucción.

1. Señor, perdónanos por alejarnos, llévanos de vuelta hacia ti.

2.    Nunca será demasiado pronto para volver a Dios.

HG/MD

“Me mostrarás la senda de la vida. En tu presencia hay plenitud de gozo, delicias en tu diestra para siempre” (Salmos 16:11).