Lectura: Mateo 21:1-11
En algunas ocasiones he oído a personas reclamando porque no son tratados con el respeto que dicen merecer. Y hasta expresan abiertamente: “¿No sabes quién soy yo?”
Hay un refrán popular que nos recuerda a este tipo de personas: “Si tienes que decirle a la gente quién eres, es probable que no seas lo que crees ser”. Por supuesto, el extremo opuesto de esta arrogancia y prepotencia lo encontramos en Jesús; aun cuando su vida estaba acercándose al final.
Un domingo como el que hoy recordamos, hace más de 2000 años, nuestro Señor Jesús entró a Jerusalén en medio de los gritos de alabanza del pueblo (Mateo 21:7-9). Cuando otros habitantes de la ciudad preguntaban: “¿Quién es este?”, las multitudes contestaban: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (Mateo 21:10-11).
El Rey de reyes no vino a este mundo reclamando privilegios especiales, sino que, con humildad vino a entregar obedientemente su vida según la voluntad de su Padre (Filipenses 2:1-11).
Sin lugar a duda, las palabras de Jesús y sus obras merecían todo el respeto del mundo. No obstante, a diferencia de los gobernantes inseguros, Él nunca exigió que los demás lo respetaran. Sus horas de terrible angustia parecen ser sus puntos de mayor debilidad y fracaso; sin embargo, el poder de Su identidad y misión, lo ayudaron a atravesar esos momentos oscuros cuando Él murió por nuestros pecados para que pudiéramos vivir en su amor.
- El Señor es digno de una vida de devoción. ¿Reconoces quién es Él?
- Bendito eres sólo Tu Señor Jesús.
HG/MD
“Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse.” (Filipenses 2:5-6).
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