Lectura: Lucas 23:32-38

En muchas representaciones artísticas, ya sean pinturas o esculturas, que hacen referencia al momento de la crucifixión, se nos presenta un escenario tétrico en el cual se visualizan tres cruces, la más grande de ellas comúnmente en el centro, quizás en un deseo de resaltar la figura de Jesús sobre las otras dos; sin embargo, no existen evidencias de que a Jesús le dieran una posición más elevada en comparación con las otras dos en las que estaban los malhechores.

Quienes crucificaron a Jesús lo consideraron como un criminal común, o sea sin ninguna consideración particular, lo único que se señala como diferente es que sobre su cruz clavaron un rótulo que decía: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”, lo cual más que atribuirle honor tenía el propósito de ridiculizarlo y molestar a los principales sacerdotes. (Juan 19:19).

Lo que si podemos afirmar, es que la distancia que había entre las cruces permitió a los tres tener una conversación; de hecho tenemos como resultado de aquella cercanía de estos hombres a Jesús, que uno de ellos decidió terminar su vida como la había vivido siempre, apartado de Dios (Lucas 23:39-40).  En tanto, el otro hombre al ver la injusticia que se había cometido, pudo ver claramente el mensaje de Jesús, se arrepintió y Jesús le hizo una de las promesas más increíbles de las escrituras: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).

  1. Cualquier persona puede acudir a Dios en todo momento, recibir su perdón y una nueva vida.
  2. No debes esperar hasta el final para reconocer que necesitas a Jesús en tu vida. Hoy puede ser ese día.

HG/MD

“Entonces Jesús le dijo: – De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).