Lectura: Salmos 98:1-9

Lucía es una joven creyente quien un día fue a almorzar a la plaza de comidas con una de sus amigas llamada Sara.  Hacía ya algún tiempo, Sara estaba muy interesada en la forma de pensar de Lucía y comúnmente hablaban de cosas de la vida y la fe.  Cuando las llamaron para recoger su comida, ambas fueron y regresaron a sus espacios, Lucía inclinó su rostro para dar gracias a Dios por los alimentos, y cuando levantó su mirada Sara la estaba mirando; le dijo: “Yo no oré.  ¿Me dolerá el estómago por eso?”.

La respuesta de la joven muestra perfectamente la forma en la cual las personas perciben a Dios.  Muchos piensan que es por nuestra seguridad que realizamos actividades con y para Dios, como por ejemplo la oración, los cánticos, la adoración y la lectura de la Biblia; que se trata de un mecanismo para evitar que Dios se enoje con nosotros.

Sin embargo; si esa es la razón por la cual realmente llevamos a cabo estas actividades, estamos totalmente equivocados, y esa clase de pensamiento nos lleva a orar o adorar a Dios, tan sólo por ganancia o aprobación personal.

No adoramos a Dios para obtener un beneficio personal, sino como el resultado de un agradecimiento por la misericordia recibida, de esta forma nuestros corazones y voces deberían estar llenos de alabanza, tal como lo expresa el salmista: “¡Canten al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas!” (Salmos 98:1).

  1. Cuando nos acercamos a Dios, nuestra motivación no debe ser egoísta, debe ser el resultado de un corazón que quiere expresar su gratitud.
  2. No adoramos a Dios para obtener sus beneficios como sus hijos e hijas, aunque sin duda estamos llenos de bendiciones inmerecidas.

HG/MD

“¡Canten alegres al Señor, toda la tierra! Prorrumpan, estallen de gozo y canten salmos” (Salmos 98:4).