Lectura: Romanos 12:1-8

En el mundo de los negocios existe un término conocido como el punto de inflexión que se observa cuando un negocio está en problemas, entonces se ven obligados a tomar decisiones transcendentales y aplicar cambios para salir del problema en el cual se encuentran.  Esto ocurre debido a una elección valiente, realizada en un momento dado, que incluso en ocasiones implica un cambio de 180 grados.

Aunque el principio del punto de inflexión suele asociarse a la administración de empresas, también es aplicable a quienes se comprometen con la causa de Cristo.

Las personas que han estado activas en el servicio a nuestro Señor, saben sin duda que en muchas ocasiones los creyentes estamos expuestos a situaciones que nos ponen entre la espada y la pared, que nos hacen luchar por una decisión que podría afectar la capacidad de servir a Dios; en esos momentos estamos expuestos a un punto de inflexión que nos hace cambiar el rumbo de las cosas.

Citamos algunos ejemplos, de muchos que podemos encontrar en la Biblia: qué hubiera pasado si Noé le dice a Dios: ¿sabes Señor, yo no hago barcos?, ¿si José no hubiera perdonado a sus hermanos y los hubiera dejado a su suerte muriéndose de hambre?, ¿o si el Señor se hubiese negado a morir en la cruz?

Este tipo de decisiones son más comunes de lo que creemos, es por ello que el creyente siempre debe estar consciente de la necesidad de rendir su voluntad y corazón a Dios, tal como nos lo recuerda Santiago 4:7: “Sométanse, pues, a Dios”, y Pablo también nos dice en Romanos 12:1 “…que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios”.  Debemos estar dispuestos a sacrificar nuestra agenda a cambio de cumplir con los propósitos perfectos de Dios.

  1. Rendirse es el punto de inflexión máximo para un creyente, en esta elección reconocemos que Dios puede usarnos para cumplir Su voluntad.
  2. Entender que somos dependientes de Dios, hará más sencilla la rendición.

HG/MD

“Así que, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es el culto racional de ustedes” (Romanos 12:1).