Lectura: Juan 11:17-37

Hace algunos años unos amigos perdieron a su hijo a causa de una enfermedad muy agresiva que literalmente lo consumió en pocos días. Su madre decía que para ella llorar no era nada nuevo, ya que comúnmente lloraba y se consideraba una persona sensible, pero que luego de la muerte de su hijo, las lágrimas simplemente brotaban en cualquier momento.

Cualquiera que haya pasado por la tragedia personal de esta madre, puede entender sus sentimientos.

Pero, ¿Existe algo malo en llorar? ¿Bíblicamente está bien llorar?  La respuesta a estas preguntas fue ampliamente demostrada de manera práctica por nuestro Señor.  Lázaro, uno de sus amigos con quien parecía tener una relación muy cercana, había muerto.  Luego de saber el estado de su amigo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba, y posteriormente se dirigió a la casa de las hermanas de Lázaro: Marta y María. Para cuando llegó, Lázaro había muerto y ellas estaban recibiendo consuelo de amigos y familiares; en ese momento y en medio de reclamos de Marta, Jesús le hace una promesa que es la esperanza de todos los hemos perdido seres queridos: “Tu hermano resucitará… Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11:23, 25).  De inmediato María también se une a los reclamos de Marta, increpando a Jesús por su ausencia previa a la muerte de su hermano.

En uno de los pasajes más llenos de significado de las escrituras, se registra un momento muy personal: “Jesús lloró”. (Juan 11:35). La palabra griega que se usa hace referencia a un sollozo en silencio que produce lágrimas emotivas, seguramente no lloraba por su amigo, ya que lo iba a resucitar en tan sólo momentos, sino por un mundo perdido que cada día muere a causa del pecado y sus consecuencias, y que no quiere reconocer la necesidad de un Salvador.

Notemos que Jesús no regaña ni corrige a las hermanas, sabe que están tristes, Él es Dios, nos dio sentimientos y parte de ellos vienen acompañados de lágrimas que tan sólo brotan. Pero, tal como lo indicó el autor de Eclesiastés 3:4, hay un “tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar”.  Las lágrimas tienen su tiempo y su lugar, forman parte del proceso de sanación de las heridas, sabemos por seguro que todo quedará atrás cuando estemos con Él para siempre: “Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor…” (Apocalipsis 21:4).

  1. Toma tu tiempo para llorar y expresar tus emociones, pero recuerda nuevamente las palabras del Señor: “Yo soy la resurrección y la vida”, debes creer en estas palabras, Dios en su momento enjugará todas nuestras lágrimas; debes continuar con tu vida, la muerte es tan sólo parte del camino que todos tendremos que pasar en algún momento.
  2. Lo importante en este mundo, son las decisiones que tomas con respecto a la eternidad, si estás con Jesús, “aunque mueras, vivirás”.

HG/MD

“Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11:25).