Lectura: 1 Juan 3:16-24

Durante una excursión a un parque ubicado en las montañas, una aficionada a las caminatas en la naturaleza, se encontró con otra mujer que bajaba cojeando por uno de los senderos. Llevaba un zapato improvisado con ramitas amaradas con una tira de tela en uno de sus pies.

Rápidamente le dijo: “Perdí el zapato cruzando un arroyo” y “espero poder bajar de la montaña antes de que amanezca”.

La otra mujer, buscó en su mochila y sacó un par de zapatillas deportivas extra que llevaba consigo.  “Ponte esto”, dijo, “Luego me las mandas por correo cuando llegues a tu casa”.

La mujer aceptó agradecida el ofrecimiento y bajó lo que le faltaba del sendero hasta su auto.  Pasados unos días, llegaron las zapatillas por correo, con una nota escrita a mano que decía: “El día que nos encontramos, ya habían pasado varias personas a mi lado, que sin duda vieron el aprieto en el que me encontraba, pero sólo me miraban y seguían su camino, tú fuiste la única que me ofreció su ayuda. En aquel momento no te lo dije, pero esa fue una de las mejores cosas que me han pasado en la vida y de las más inesperadas, gracias por compartir tu sandalia conmigo.”

La Palabra de Dios nos dice que el amor puede llegar a ser algo muy tangible, se puede ver y tocar.  Puede llegar a ser tan evidente, como el cuidado desinteresado del buen samaritano por aquel hombre que se encontraba al lado del camino, golpeado y necesitado de ayuda (Lucas 10:30-37); o tan insignificante como un vaso de agua fría que se da a un hombre en nombre de Cristo (Mateo 10:42).

El verdadero amor actúa.  La Biblia nos dice: “Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad” (1 Juan 3:18).

  1. En el sendero de la vida puedes encontrarte hoy, con una persona que se encuentre en problemas, ofrécele una “sandalia” de amor.

 

  1. Puedes dar sin amar, pero no puedes amar sin dar.

HG/MD

“Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad” (1 Juan 3:18).