Lectura: Efesios 3:14-21

Estábamos volviendo con unos amigos de unas buenas vacaciones, en un lugar muy distante de nuestra casa, y por supuesto esto implicaba muchas horas de viaje, sentados todos en un automóvil.

Luego de algún tiempo de haber iniciado nuestro camino de vuelta, unos ojos empezaron a mirar por encima de mi hombro y se centraron en el medidor del tanque de gasolina. El indicador marcaba poco más de la mitad del tanque, mi amigo me recordó que estábamos por iniciar nuestro viaje por la montaña y serian al menos 3 horas en las cuales no tendríamos acceso a una gasolinera; le dije confiado: “No te preocupes este auto es muy eficiente, ya verás que no gastamos ni un cuarto del tanque”.  Así que iniciamos nuestro camino sin terminar de llenar el tanque, si algo pasaba sería mi culpa, por mi necedad.

Llevábamos una hora y media, no íbamos ni por la mitad de nuestro viaje por las montañas y el tanque ya estaba marcando menos de un cuarto, así que las caras dejaron de verse felices y empezaron a mostrar un poco más de preocupación. Pasó otra hora y el indicador mostraba que quedaban tan sólo dos rayitas antes de que se terminara el combustible, y el final de la montaña no se veía. Las caras pasaron de verse preocupadas, a expresar enojo y a señalar. Unos decían: “¿Por qué no llenaste el tanque?”, yo respondía, “¿Por qué siempre señalas mis fallas?”, “¿Por qué nunca escuchas?”, “¿Qué fácil es buscar culpables, seguro nunca te has equivocado?”, etc.

Hacía 10 minutos que la luz de emergencia del tanque se había encendido, cuando por fin salimos de la montaña y ahí estaba la tan esperada gasolinera. Nos detuvimos y llenamos el tanque, pero a pesar de que ahora el tanque estaba lleno, las caras en el auto seguían mostrando enojo, así que decidí hacer una parada técnica para ir al baño y hablar.  ¿Cómo íbamos a dejar que una pequeña circunstancia como esta afectara nuestra amistad de años? Hablamos, nos pedimos perdón e hicimos una pequeña oración, luego de lo cual fue como si también nuestros corazones nuevamente se llenaran de alegría y anécdotas sobre aquellas lindas vacaciones que habíamos disfrutado.

Al igual que en esta historia, como creyentes no debemos permitir que deje de fluir nuestra fuente de fortaleza; tenemos al Espíritu Santo en nuestros corazones, pero es posible entristecerlo y bloquear el flujo de Su fortaleza en nuestras vidas (Ef.4:30).

Cuando viajamos por la carretera de la vida, a menudo nos encontramos con situaciones que nos hacen entrar en crisis.  Lo que tenemos que hacer de manera inmediata sin dejar que pase el tiempo, es rendirnos ante el Señor e incorporarlo a nuestra situación particular.  Él es a quien podemos acudir para resolver nuestros problemas, sean grandes o pequeños.

  1. No dejes que pase el tiempo, Dios es la solución para tu vida; tus problemas no desaparecerán mágicamente, pero si será más fácil encontrar posibles soluciones.

 

  1. Los que esperan en el Señor, renovarán sus fuerzas.

HG/MD

“Pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; levantarán las alas como águilas. Correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán.” (Isaías 40:31)