Lectura: Apocalipsis 4:1-6

Cuando la pequeña Sofia se puso los anteojos todo cambió, ella era daltónica y su vida hasta ese momento había sido un tanto complicada, ya que en su caso particular no podía distinguir entre el color rojo y el verde.  Su sonrisa al poder distinguir entre esos colores por primera vez, llenó su cara de alegría.

Una situación similar llena de emoción y alegría, fue la que posiblemente vivió el apóstol Juan al ver la gloria radiante de Dios, lo cual expresó de la siguiente manera: “Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos. Su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.  Cuando le vi, caí como muerto a sus pies” (Apocalipsis 1:17).  Luego añadió lo siguiente: “Y el que estaba sentado era semejante a una piedra de jaspe y de cornalina; y alrededor del trono, un arco iris semejante al aspecto de la esmeralda” (Apocalipsis 4:3).

Algunos siglos antes de eso, el profeta Ezequiel tuvo una visión muy similar: “…había la forma de un trono que parecía de piedra de zafiro. Y sobre dicha forma de trono estaba alguien semejante a un hombre. Entonces vi algo semejante a metal que resplandecía con la apariencia del fuego” (Ezequiel 1:26-27).

Un día también nosotros, quienes hemos puesto nuestra fe y confianza en el Señor Jesús, nos encontraremos con Él cara a cara.  Mientras esperamos ese momento glorioso, sigamos reflejando en este mundo su amor y su luz a quienes aún no lo han conocido.

  1. ¡Anhelamos tu regreso Señor!
  2. Gracias Señor por todas las bendiciones y maravillas que nos dejas ver cada día, las cuales son tan sólo sombras del nuevo y esplendoroso mundo que nos espera.

HG/MD

“A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios único que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer” (Juan 1:18).