Lectura: Génesis 22:1-14



Frecuentemente los padres recuerdan con mucha nostalgia y aprecio los años cuando los hijos aún eran pequeños.  Por ejemplo, cuando en las mañanas muy temprano era el momento de despertarlos para que se levantaran, porque debían prepararse para iniciar las actividades del día antes de ir a la escuela.

En las escrituras también leímos que Abraham tuvo que levantarse muy temprano, aún de madrugada, para obedecer el mandato de parte de Dios.  Al imaginar ese momento, pienso que Abraham tenía algún tipo de rutina matinal con su hijo para ir a despertarlo e iniciar las actividades del día de trabajo … y cuán diferente tuvo que haber sido aquella mañana en particular. ¡Qué terrible tuvo que haber sido despertar a su hijo aquella madrugada!

No obstante, con una actitud obediente Abraham ató a su hijo y lo colocó sobre el altar, y en el preciso momento cuando iba a ejecutar la orden, ocurrió uno de esos “no” que resonará en la historia: “No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, porque ahora conozco que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único” (Génesis 12:12).  Poco después de esto Dios proveyó un sacrificio sustituto (Génesis 12:13).  En esta increíble historia encontramos un ejemplo de obediencia y misericordia al mismo tiempo.

¡Piensa en lo agonizante que debe de haber sido para Dios sacrificar a su único Hijo a quien amaba tanto! Sin embargo, soportó todo eso porque también te ama a ti.

1. La semana pasada, recordábamos que el Padre celestial también preparó y proveyó otro sacrificio, el definitivo: su propio Hijo en una cruz por nosotros. Él lo soportó todo porque también te ama a ti.
2. Así que, si aún dudas de que Dios te ama, no dudes más, te lo demostró colgado de un madero.

HG/MD

“Nadie tiene mayor amor que este: que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).