Lectura: Mateo 15:7-21
Me gusta mucho ir a la playa, pero un día que fui a una de mis playas favoritas, vi mucha basura tirada en la arena entonces traté de levantarla y ponerla en el cesto de basura más cercano.
En esa oportunidad que levanté la basura, me dije a mí mismo, ¿qué tanto les cuesta a las personas traer su basura hasta este basurero en lugar de tirarla en la playa? Creo que en su casa no dejan la basura en medio de la sala, ¿será que estoy equivocado? ¡No quiero pensar que son las personas de la comunidad donde está la playa quienes botan basura! Y finalmente me pregunté, ¿por qué tengo que limpiar el desorden de otros?
Al día siguiente, ya un poco más tranquilo, reflexioné y llegué a la conclusión de que a los seres humanos nos es muy sencillo empezar a buscar culpables y juzgar a los demás, y sobre todo enorgullecernos por “limpiar” el desorden o los errores de otros, aun sabiendo que todos tenemos mucho desorden que “limpiar” en nuestra vida, y sobre todo si hablamos de nuestra vida espiritual.
Tristemente, también es normal que afirmemos que el desorden en nuestra vida se debe a que los demás hacen las cosas mal, y que la “basura” que genera mal olor a nuestro alrededor les pertenece a ellos y no a nosotros. No obstante, en la mayoría de los casos esto no es cierto.
En Mateo 15:19-20 el mismo Señor nos brinda el principio espiritual aplicable para este tipo de situaciones; la basura que puede contaminarnos espiritualmente procede de nuestro interior, de un corazón sucio por causa del pecado. La verdadera basura es la actitud que nos lleva a despreciar el olorcillo del pecado de los demás, mientras ignoramos la pestilencia del nuestro.
- Cuidado con la tentación de ver solamente el pecado de los demás, mientras no ves la basura pestilente que hay en ti.
- Pídele a Dios que cada día te ayude a limpiar tu vida del pecado que pretende hacer un nido y ensuciar tu corazón.
HG/MD
“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las inmoralidades sexuales, los robos, los falsos testimonios y las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre, pero el comer sin lavarse las manos no contamina al hombre” (Mateo 15:19-20).
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