Lectura: Hebreos 2:1-9

Hace tan sólo algunos días, recordamos la última semana antes de que asesinaran a nuestro Señor, la cual desembocó en los hechos de la resurrección.  Una de las películas clásicas que algunos canales de televisión comparten en su programación, es “el manto sagrado” (su título original en inglés es: The Robe). En esta película un centurión romano llamado Marcelo Galio, despierta su interés en la cristiandad debido a los hechos que se le atribuyen a este judío, a quien vio morir a sus pies.

En una de las escenas más conmovedoras, se ve a una mujer tocando una hermosa melodía con un arpa mientras alaba a Dios; cuando Marcelo pregunta sobre su historia, le cuentan que cuando tenía 15 años había quedado paralítica y que este hecho la había amargado desde ese día; pero cuando ella conoció a Jesús, su vida dio un giro total y se llenó de gozo.  Confundido y enojado, Marcelo dijo: “Pero, sí Jesús tiene un poder tan grande, ¿por qué no la curó?”.  La respuesta inmediata fue: “La curó”.

Hay una historia real muy similar sobre una mujer llamada: Joni Eareckson Tada, quien, en julio de 1967, tuvo un accidente mientras realizaba un clavado y como resultado quedó tetrapléjica. Al inicio también tuvo muchas dudas: “Dios, ¿cómo pudiste haber permitido que esto me pasara? —preguntaba— yo era cristiana antes de mi accidente… ¿Qué hice mal? ¡¿Estoy siendo castigada?!”  Luego de algún tiempo sus preguntas comenzaron a cambiar y tan sólo quedaron en un ¿para qué?

En esos días conoció a otro joven parapléjico llamado Tom, quien tenía una actitud mucho más positiva ante la vida y compartió con ella un versículo que la impactó: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que lo aman…”  (Romanos 8:28). A partir de ahí su vida también cambió y ahora tiene un ministerio que se dedica a dar ánimo y ayudar a quienes también lo necesitan. Al igual que Joni, hay personas que tienen condiciones que las hacen diferentes al resto de nosotros, y que cuando les preguntan ¿por qué Dios no te curó?, la respuesta suele ser: “Estoy curada(o), ¡es sólo que no puedo caminar, ver, abrazar, u oír!”.

En algún momento de la historia, Dios autenticó a sus mensajeros por medio de señales, maravillas, milagros y dones extraordinarios (Hebreos 2:4); pero en nuestros días la mayor manifestación del poder de Dios, es el milagro del nuevo nacimiento y por ende, vidas transformadas.

  1. ¿Las personas que te rodean pueden ver el cambio que Dios ha hecho en tu vida?
  2. Cuando Jesús produce en ti una diferencia, tu produces una diferencia en el mundo que te rodea. 

HG/MD

“Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que lo aman; esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28).