Lectura: Deuteronomio 11:8-15
Esta es la realidad para muchos agricultores, cuando recién inicia el verano comienzan a planificar todo lo que requerirán para la cosecha del siguiente año.
Plantan semillas en los invernaderos, los cuales poseen condiciones controladas para hacer que los brotes crezcan a un buen ritmo durante el otoño, y cuando llega el invierno, los protegen de las bajas temperaturas. Cuando pasa la estación, llega el momento de trasladar las plantas al exterior, donde tendrán que protegerlas de la maleza, roedores, hongos e insectos, y tendrán que abonarlas para que pronto empiecen a dar sus frutos. Así que, en resumen, ser productor de alimentos demanda mucho trabajo y esfuerzo.
Y hablando de reconocer cuánto cuesta producir alimentos, antes de que entraran a la tierra prometida Moisés les recordó a los israelitas, que, cuando vivían en Egipto, regaban las plantaciones a mano (Deuteronomio 11:10), pero que ahora Dios les había prometido que hacia donde los estaba guiando, Él les facilitaría la tarea enviando lluvias en primavera y otoño: “él dará la lluvia a la tierra de ustedes en su tiempo, tanto la lluvia temprana como la lluvia tardía…” (Deuteronomio 11:14).
La única condición era: “Sucederá que, si obedecen cuidadosamente mis mandamientos que hoy les mando, para amar al Señor su Dios y para servirle con todo su corazón y con toda su alma” (Deuteronomio 11:13). El Señor estaba llevándolos a un sitio donde gracias a su bendición y la obediencia de ellos, se convertirían en una luz para los demás.
- Seamos obedientes al Señor, planifiquemos hacer el bien, no necesariamente para que vengan las lluvias a tiempo, sino para mostrar a otros las bendiciones que Dios les muestra a sus hijos e hijas.
- Amar a Dios no hará que la vida sea más fácil, pero su presencia hará que entendamos que esta vida es temporal y que nos espera una mejor vida a su lado en la eternidad.
HG/MD
“Habiendo purificado la vida de ustedes en obediencia a la verdad para un amor fraternal no fingido, ámense los unos a los otros ardientemente y de corazón puro” (1 Pedro 1:22).
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