Lectura: 2 Corintios 5:1-8

En el siglo 18, los jóvenes de la corte de músicos fueron prácticamente raptados de sus hogares para tocar todo el verano en las de fiestas del palacio Eszterháza, para el príncipe de Austria Nikolaus Esterházy.  El verano había sido largo y estaban cansados, pero el príncipe les mantenía allí.

El brillante compositor clásico Franz Joseph Haydn era simpático y se ofreció a ayudarlos. Componiendo una sinfonía única que comenzaba con la orquesta completa y conforme  avanzaba la misma, se excluían instrumentos de la partitura. Uno a uno, y de acuerdo iban cumpliendo sus partes, los músicos tomaban sus instrumentos y bajaban del escenario.

Para el final de la obra maestra, tan sólo dos músicos se mantenían en el escenario el primer y segundo violinistas, los cuales tocaban un hermoso dúo.  El príncipe entendió la indirecta y poco después, envió a los músicos muy agradecidos a su casa. Hasta este día la sinfonía # 45 de Haydn es conocida como «Sinfonía de los adioses o de las despedidas”, compuesta en 1772.

El pueblo de Dios forma parte de otra sinfonía de despedidas.  Uno a uno, Dios está llamando a su pueblo a Su presencia, conforme hayan completado su parte (Filipenses 1:19-26).

Muchos queridos siervos y siervas de Dios han dejado la etapa de esta vida que todos conocemos. Están en un lugar mejor. Y un día, quizá muy pronto, la trompeta de Dios sonará para todos los que creen en Él para por fin volver a reunirnos. ¡Qué día tan maravilloso y de regocijo será ese!

  1. Lloramos la muerte de los que amamos,  y echamos de menos su compañía; pero si ellos conocían y amaban al Señor,  algún día con ellos estaremos.
  2. En la muerte, el pueblo de Dios no dice: “adiós”, sino un sincero: “hasta luego”.

NPD/DCE