Lectura: Isaías 49:13-18

Estaban compartiendo historias sobre sus hijos e hijas; entre los temas de los que hablaba el grupo de madres, se encontraban las respuestas a las oraciones por sus pequeños.  Una de ellas admitió que en ocasiones se sentía un tanto egoísta, al pensar que molestaba a Dios con sus constantes peticiones por sus hijas.  Decía “comparadas con las necesidades que tienen otras personas, mis peticiones para que Dios ilumine diariamente en sus estudios a mis hijas, deben ser triviales o insignificantes”.

Momentos más tarde, la hija de una de ellas entró en la casa llorando porque se había lastimado su pie con una piedra del jardín.  Aquella mamá no le respondió a su pequeña: “¡Qué egoísta de tu parte molestarme a causa de tu pie lastimado, cuando estoy ocupada con mis amigas!”.  Por supuesto, la madre no dijo eso, en lugar de eso le mostró gran ternura y compasión.

El salmista nos comparte en el Salmo 103:13: “Como el padre se compadece de los hijos, así se compadece el Señor de los que le temen”. Esta es la respuesta del verdadero amor tanto divino como humano. 

En nuestra lectura devocional en Isaías 49, Dios indicó que, aunque una madre olvide sentir compasión por uno de sus hijos, el Señor nunca nos olvidará (v.15).  Literalmente Dios le dijo a su pueblo que lo tenía grabado en las palmas de sus manos (v.16).

Esta clase de relación con Dios tan sólo pertenece a los que le temen y se apoyan en Él y no en ellos mismos.  Podemos estar seguros que, así como aquella madre no desamparó a su hija, nosotros podemos correr hacia Dios confiadamente en medio de nuestros problemas diarios y Él va a estar allí con los brazos abiertos para recibirnos.

  1. El tiempo y el amor de Dios no tienen límites, no existen peticiones insignificantes para Él.
  2. Dios es el poderoso creador del universo, de lo visible y lo invisible; ese mismo Dios es quien nos sostiene en sus manos amorosas.

HG/MD

“Como el padre se compadece de los hijos, así se compadece el Señor de los que le temen” (Salmos 103:13).