Lectura: Efesios 1:1-14

Hace ya algún tiempo una dama me confesó que había mentido sobre mí y me pidió perdón.  Le dije que la perdonaba y me tomó la palabra.  Nuestra relación desde entonces ha sido buena.

Pero, qué hubiese pasado si me hubiese importunado con preguntas como: “¿Mostré suficiente aflicción por lo que hice?  o “¿Te podría comprar algo para demostrarte mi sinceridad? “.  Me hubiese sentido insultado.  Ella hubiese dado más valor a la calidad de su arrepentimiento que a mi integridad.

De igualmente forma, podríamos pensar con respecto a Dios, cuando los que hemos confiado en Cristo seguimos llenos de sentimientos de culpa y remordimientos.  La Palabra de Dios dice somos redimidos y perdonados “según las riquezas de su gracia” (Ef.1:7).

Entonces, ¿por qué hemos de seguir lamentándonos por nuestros pecados pasados y perdonados, confesándolos una y otra vez?  Centrémonos en Él y no en nosotros mismos.  Afirmemos Su integridad tomándole la palabra y con Su ayuda, pongámonos la meta de no volver a recaer.

Recuerda, nuestro perdón depende del carácter infinitamente perdonador de Dios, no de nuestros esfuerzos para ganarnos Su perdón.  Lo que cuenta es el objeto de nuestra confianza.

  1. Puede que nuestra fe en Dios no sea grande, pero es una fe es un gran Dios.

 

  1. Si te has arrepentido de corazón de tus pecados, acepta hoy Su perdón, perdónate a ti mismo, recuerda Dios ya te perdono.

NPD/HVL