Lectura: Juan 11:32-44

Un amigo llegó al momento tan esperado por la mayoría de trabajadores: su pensión.  Estaba dejando un trabajo en el cual se había mantenido por más de 40 años de servicio, se sentía ilusionado con los nuevos planes que tenía para su vida y familia.  Sin embargo; en su despedida formal lloraba desconsoladamente al tener que despedirse de sus viejos amigos, constantemente decía: “perdón por estas lágrimas”.

Es extraño por qué a veces sentimos la necesidad de disculparnos por llorar.  Quizás sea debido a los prejuicios que tenemos al asociar las lágrimas con debilidad de carácter, porque no nos gusta que otros vean nuestro lado vulnerable; o quizás sea porque pensamos que al llorar provocamos un momento incómodo para quienes nos rodean.

Pero hay algo que debemos entender, el Dios que nos creó nos dio también nuestras emociones, esta es una de las características que heredamos al haber sido hechos a su imagen (Gén.1:27).  Dios sufre, y un ejemplo de esto lo encontramos en Génesis 6:6-7, donde se muestra adolorido por el pecado que como consecuencia provocó la separación entre Él y su pueblo.  Jesús lloró junto con María y Marta, por la muerte de su amigo Lázaro (Juan 11:28-44).  Jesús “se conmovió en espíritu y se turbó” (v.33).  Lloró (v.35).  “Jesús, conmovido otra vez dentro de sí, fue al sepulcro” (v.38).  Jesús no se disculpó por sus lágrimas.

Ciertamente, también un día cuando estemos en la presencia de nuestro Señor, ya no tendremos sufrimientos, separación o dolor, Dios enjugará toda lágrima (Apocalipsis 21:4).

  1. No debes sentirte mal por tus lágrimas, no hay necesidad de disculpas, Él también lloró.
  2. A Dios le interesas; Él enjugará cada lágrima que corra hoy por tus mejillas.

HG/MD

“Jesús lloró” (Juan 11:35)