Lectura: 2 Crónicas 30:1-27

En algún momento la mayoría de nosotros asistimos a reuniones de oración, esperando que Dios nos concediera alguna petición específica o un milagro.   En una reunión de oración a la que asistí, nos separamos en grupos pequeños para orar unos por otros.  Las personas oraban en sus respectivos grupos de forma simultánea, utilizando cada cual frases diferentes, por lo que se escuchaba una mezcolanza de palabras.

No obstante, ahí empezó el milagro ya que Dios escuchó cada una de esas peticiones, y no solo las que se estaban pronunciando en nuestro lugar de reunión, sino también aquellas que en ese mismo momento miles de personas hacían en diversas partes de mundo, utilizando diversos idiomas, intensidades y sentimientos que no se parecían entre sí. A muchos de nosotros nos causa frustración cuando dos personas hablan al mismo tiempo, pero para Dios esto no representa problema alguno.

En nuestra lectura devocional, el rey Ezequías invitó al pueblo de Israel a que se uniera a él en la celebración de la Pascua en Jerusalén, para que alabaran y oraran al Señor (2 Crónicas 30:1).  La respuesta fue masiva, vinieron multitudes de todas partes del reino y la celebración se extendió durante dos semanas (v.25).   Mientras esto sucedía se dice que: “Y su voz fue oída, y su oración llegó a su santa morada, al mismo cielo” (v.27).

  1. Este milagro sigue sucediendo día tras día en todo el mundo. Hay millones de personas que depositan su fe y peticiones en Dios; lo que debemos tener claro es que sus respuestas pueden ser positivas o negativas: “Piden y no reciben; porque piden mal, para gastarlo en sus placeres” (Sant.4:3).
  2. Debemos regocijarnos al saber que nuestras oraciones son escuchadas y que la línea de comunicación directa con el cielo, nunca estará ocupada.

HG/MD

“Gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulación, constantes en la oración.” (Romanos 12:12).