Lectura: Mateo 5:13-20

Si alguien visita las costas de Japón, Sri Lanka, Sumatra y otros países asiáticos en este momento, probablemente le sea difícil imaginar que estas costas hayan sido azotadas por Tsunamis en el 2004 y el 2011, ya que el mar se encuentra calmo y se ve a personas caminando bajo el brillante sol. 

Y aunque el impacto de esos eventos aún se percibe, el comercio y todo lo que el turismo moviliza, hace pensar que nada ha pasado en ese lugar, sin embargo, si les preguntan a las personas que sobrevivieron a esos desastres, posiblemente la historia sería otra, pues ese tipo de eventos deja normalmente un trauma difícil de olvidar.

Las palabras del salmista en el Salmo 42, dejan ver lo que había en su corazón y comparte cómo se sentía en momentos de dolor y angustia: “Mis lágrimas han sido mi alimento día y noche mientras me dicen todos los días: “¿Dónde está tu Dios?” (v.3); mientras que el resto del mundo continuaba con sus asuntos y se burlaba de él, el salmista revela que para él este era un sufrimiento difícil de entender y digerir, que requería de una sanidad que sólo Dios le podía proveer.

Tan sólo cuando entregas tu angustia al Señor, tu corazón encuentra la paz que proviene de Dios, esa paz que le permitió al salmista compartir cómo empezó a superar su frustración: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera a Dios, porque aún le he de alabar. ¡Él es la salvación de mi ser y mi Dios!” (v.5-6).

  1. No niegues tu dolor, no esperes hasta no tener salida, acude a Dios prontamente, Él es la única solución a tus problemas, Él te comprende y te dará la paz que necesita tu alma.
  2. Nadie cuya esperanza está puesta en Dios está sólo.  Vuelve a pensar ¿quién está verdaderamente sólo frente al desastre?

HG/MD

“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera a Dios, porque aún le he de alabar. ¡Él es la salvación de mi ser y mi Dios!” (Salmos 42:5).